Diciembre de 2015
Un Extraño Zoológico
Prólogo:
En un cuento sin nombre, de su libro “A Mis Maestros” Sigfrido Kraft relata el caso de la alumna a la que le dio la tarea de escribir un cuento sobre un zoo de animales fantásticos provenientes de un asombroso planeta. La alumna demostró una gran habilidad para las evasivas y nunca escribió el cuento, ni siquiera lo empezó. Me toca a mí concebir la tarea.
Los Excepcionales Hechos:
Corresponde entonces aclarar que los científicos, nunca pudieron demostrar la existencia del planeta que diera origen a estos exóticos animales, aunque, a pesar de ello, sí pudieron demostrar su actual inexistencia, es decir que comprobaron que, de haber existido en algún momento temprano de la Historia del Universo, hoy, ya no existe ni subsisten vestigios de una presencia anterior. Pese a lo desalentador de los descubrimientos nos queda el zoológico aunque, claro, sin animales. Todos sabemos, por los periódicos de la época, que fueron muriendo lentamente. Nunca se pudo precisar las características del clima que les permitiera reproducirse. Fueron muriendo pausadamente pero sin detenerse. Las tristes muertes empezaron, hace exactamente el día de hoy, un siglo y para eso de cincuenta años atrás, solo quedaba un raro ejemplar, una especie de nutria, con patas aparentemente adaptadas a algún medio líquido, a juzgar por sus membranas interdigitales pero, por algún incomprensible razón, odiaba el agua, al menos en su forma líquida. Jamás se lo vio entrar al estanque que le fuera construido. Solo se bañaba con su lengua, como los gatos aunque, no giraba la cabeza para ello, simplemente estiraba su larga lengua, que le llegaba hasta pasando la mitad del cuerpo. Alguna vez, ante alguna fina garúa de invierno se lo veía salir de su cueva y beber las finas gotas de rocío que se condensaban sobre sus bigotes. Gustaba de comer zanahorias y los dedos que los niños metían a través del alambre de la jaula, pese al cartel que alertaba del peligro que significaba este extravagante animal extra terrestre. Fue este particular hábito el que terminó firmando su condena de muerte. Es que el Consejo Directivo del zoológico decidió sacrificarlo porque decían que el animal que prueba carne humana queda “cebado”. Es que ya no quería comer más las zanahorias.
Hoy no hubiéramos cometido una salvajada semejante. Afortunadamente han cambiado los criterios conservacionistas. Y se han abolido definitivamente los circos.
Acabada la existencia del último habitante del zoológico, no terminaron los asombrosos sucesos que dan comienzo al relato que pasaré a comentar.
Era una fría mañana de un sábado gris en el invierno del año 1961, a lo sumo, del ´62. Como todos los visitantes, pagué mi entrada a pesar de que ya hacía cuarenta años que no había animal alguno para ver. Nunca nadie supo porqué no se disolvió el Ente Estatal que regenteaba el lugar. Algunos decían que se debía a las décadas que llevábamos de gobiernos populistas. Los diarios nunca más escribieron siquiera una línea sobre el zoo que todos íbamos a recorrer.
En tiempo de cámaras digitales y palitos de selfis con celulares atraía más la extrañeza de tener que imaginar cómo eran los animales, que si los hubieran podido fotografiar.
Nunca se retiraron los carteles con los nombres de cada animal en las jaulas. Todos los medio días los cuidadores introducían el alimento pero como estaba estrictamente prohibido el ingreso nocturno, desde que se habían suspendido las visitas en las noches de luna llena, por falta de animales para ver, nadie pudo saber qué era lo que pasaba con la comida. El personal del zoo era muy estricto con el horario, se trabajaba de lunes a lunes de 8:00 a 20:00 hs. Ese día entré y empecé a recorrer las jaulas como siempre, según el precepto establecido, siguiendo el exacto orden ascendente de la numeración de las jaulas.
Fue en la jaula 13 que sentí una misteriosa presencia, como si me observaran. Algo inusual sucedía porque la puerta de barrotes estaba abierta. No pude resistir la tentación, salté la valla y apoyé la mano sobre los barrotes para completar la apertura. Lo recuerdo perfectamente, no tenía pasador. Entré, me incorporé y caminé hasta el centro de la enorme jaula, me di vuelta y alcancé a ver como el viento cerraba la puerta. Al principio no me preocupé, no tenía pasador. La jaula era de un singular animal con forma de oso, muy agresivo y de tamaño mediano. Lo único que lo diferenciaba de nuestros osos es que respiraba por una abertura que tenía en la espalda. Ah! tenía seis patas. Es por ello que en el paredón de fondo había una cueva, que hacía las veces de guarida e iba hacia abajo de la tierra. Sentí que me observaban. Al principio era una sensación como proveniente de todo mi derredor. No me gustó. Juzgué suficiente la experiencia y me dirigí a la puerta para abrirla. Para mi sorpresa, no la encontré. Solo había barrotes enterizos en todo el frente de la jaula. Es evidente que el único ingreso a la jaula era desde la gruta. Esperé un rato hasta que vinieron los primeros visitantes. Primero llamé, luego grité, cada vez más fuerte, cada vez más desgarradoramente, era como si no me oyeran, como si no me vieran. Miraban el interior de la celda y creían ver pero sus miradas vagaban sin interés. Quise sacar un brazo por entre la reja para hacer señas pidiendo auxilio pero mis manos chocaron contra un duro material invisible y no las podía sacar. Tanteé toda la superficie de los barrotes y no encontré siquiera un agujero. De repente, otra vez la sensación de ser observado pero esta vez de manera muy puntual. Me di vuelta y la mirada provenía desde lo profundo de las entrañas de la cueva.
Epílogo:
Tuvieron que pasar varios días, quizás demasiados, para que cayera en la cuente de que, tenía que tener una explicación la gran cantidad de visitas que recibía el Zoo, siendo que no tenía animales pero, ¿realmente no los tenía? Recordarán ustedes los hechos relatados, los visitantes no podían ver, en realidad, el interior de las jaulas así es que no les resultará inusitado que, algo los atrajera hacia este extraordinario sitio en la ciudad.
Ya perdí la cuenta de los días que estuve pidiendo auxilio, en realidad, pensando cómo hacer para dar señales de vida, para poder salir del encierro visual hasta que un día, mejor dicho, una noche, en sueños, se me presentó la solución. Fue así que en un trozo de papel, y con el lápiz Staedtler que siempre llevo conmigo, escribí un mensaje de auxilio, que es el que tienen en sus manos. No dejen pasar un segundo, por favor, vengan en mi rescate.
Aquella fatídica noche, en sueños, comprendí que podría sacar el mensaje, oculto en la base del comedero. Solo debía rogar que a la mañana siguiente, el cuidador lo encontrara.
m.f.l.
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