algún triste día de marzo de 2016, posterior a la aprobación del pago a los buitres...

Mensaje en una Botella
Tirar al mar, un mensaje, en una botella, es, ya de por sí, un acto de desesperación. Son remotas las posibilidades de que sea encontrado por otro ser humano pero, al menos, existe la esperanza de que pueda suceder. Luego, sería necesario que, justo esta persona que lo encontró, lo lea y esté dispuesto a ir a ayudar pero, hay un acto de desesperación mayor, de total y absoluta locura, que sería, tirar un mensaje en una botella, en un planeta que, se sabe, está deshabitado.
Hace unos años supimos de un Sargento llamado Kirk a quien lo buscaban, de ambos bandos, para matarlo. Lo querían asesinar sus compañeros militares por haber desertado y acusarlos de las matanzas a los indios y le querían cortar el cuero cabelludo, los indios, con quienes se había ido a vivir, porque no aprobaba las salvajadas sobre las tribus vecinas, que no eran guerreras.
Kirk había encontrado su lugar en el mundo en una pampa alejada, junto a otros desertores y a algunos mestizos. Esto ocurría en la tierra, allá por el siglo XX en el lejano oeste estadounidense pero, yo, estoy viviendo en el lado oscuro del satélite natural.
No tendría sentido tirar un mensaje en una botella a los mares de agua dulce de este solitario satélite en el que me encuentro. Pero hay una ventaja, que no tenía el Sargento: A mí no me podrán encontrar, ni los indios, ni los militares y, sin embargo siento una necesidad irrefrenable de tirar un mensaje en una botella.
Solo tengo conmigo aquella pluma que compré en el barrio antiguo de Florencia.
Tengo una botella.
Jamás encontraré papel.

m.f.l.