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Hace muchas décadas te conocí, pero te perdí. No recuerdo el porqué ni cómo sucedió. Éramos felices como ninguna otra pareja. Las enormes praderas eran nuestros parques; y los gigantescos caminos, nuestras esquinas. El cielo despejado era el único que nos observaba y la luna nos cuidaba. Compartíamos un mismo destino y horizonte.

Cada uno cabalgaba su caballo. Una larga y filosa espada me acompañaba para protegerte de todos los monstruos y tú, junto a tu enorme y hermoso arco, mis espaldas protegías.

Nunca olvidare el primer encuentro.

Me viste en peligro, pues tres bandidos me habían acorralado. La espada la tenia empuñada con las dos manos, mientras me defendía.

Uno de ellos una daga intento clavarme en el estomago, pero rápidamente reaccione con una patada frontal en el pecho y al suelo cayó. Enseguida, el segundo hacia mí arremetió con un hacha enorme. La bloquee con mi espada, luego, con una mano del hombro lo cogí y de un fuerte jalón al piso lo pude tirar. Solo quedaba uno o al menos eso creía.

El ultimo bandido una enorme espada poseía y muy hábil parecía.

¡Alto ahí! Todos aléjense y déjenlo para mí. – gritó el fornido bandido entre risas, mientras me apuntaba con su arma.

Parado allí quedó, cual estatua. Me estaba esperando y blandía la espada en señal de reto. No había reto que rechazara, pues mi orgullo no lo soportaría. Por lo tanto, hacia él corrí.

Hacia el corazón apuntaba. Había encontrado un agujero en su defensa, por el cual mi espada atravesaría una sola vez. Nada podía detenerme: estaba muy confiado. Sin embargo, era una trampa.

A solo unos centímetros de distancia, con una gran sonrisa en el rostro, el gran sujeto notó mi guardia baja y un golpe me propinó en la mejilla izquierda; el equilibrio perdí. Enseguida, cambió de objetivo y a mi cuello se dirigió con su afilada arma. Estaba perdido, sin embargo, pude clavarle mi arma en el muslo derecho. Luego, rápidamente empuñe nuevamente mi espada con las dos manos, su espada bloquee con la mía y a su cráneo me dirigí. Sin embargo, por la espalda un cuarto lacayo apareció y me atacó.

Sentí un helado sentimiento al costado del estomago, acompañado de un dolor inmenso. Al suelo me desplomé: una daga me había clavado. Estaba allí tirado en el suelo y mi arma me fue arrebatada. Indefenso quedé.

En ese momento, supe que sería mi fin. Por esto, solo acepté mi destino y a la luna observé para poder apreciar su belleza una última vez.

El jefe espadachín un paso dio, dirigiéndose hacia mi. Luego, de los cabellos me levantó y el helado acero de su arma en mi cuello colocó y entre risas comentó. – Así que no piensas arrodillarte, llorar y suplicar para pedirme perdón, ¿eh? Es momento de morir entonces. – Este hubiese sido mi final si no fuese por ella.

Desde los arboles, una hermosa silueta apareció. Era preciosa, delicada y unos rasgos de reina poseía. Una larga túnica azul la abrigaba y un arco empuñaba. En un abrir y cerrar de ojos una flecha atravesó el cráneo del bandido espadachín y cayó a mi lado. Yo caí también y observé cómo, con un solo movimiento, acabó con los otros dos bandidos. Fue increíble; nunca en mi vida había visto tal habilidad con un arco y una daga. Quedé anonadado.

Colocó su arco en su espalda y lo acomodó entre sus pechos. Sacó una cuchilla de su tobillo y, a una velocidad inhumada, corrió hacia el segundo bandido, el cual por la espalda me había atacado cobardemente. Esquivó con facilidad el primer y segundo golpe, luego, el cuello le abrió con un limpio corte y al suelo lo hizo caer. En seguida, volteó hacia el tercero, el que sujetaba un hacha; a unos metros se encontraba él. Simplemente erguida lo miró y en un segundo su cuchillo lanzó y en el pecho de aquel sujeto se enterró.

¡Qué puntería tan perfecta!– pensé, mientras en el suelo me encontraba. Luego, un segundo antes de perder el conocimiento, hacia mí ella caminó.

Aguanta un poco. Te ayudaré. – dijo ella en un tono de voz tan dulce que a cualquiera enamoraría, mientras el cuarto bandido corría por su vida.

El siguiente recuerdo que tengo es estar en una cabaña en la mitad de algún bosque. Ella había estado cuidando de mí y curando mis heridas. Su belleza no era de este mundo. Esta chica era una diosa.

Así fue como empezamos nuestras aventuras. Uno siempre cuidando del otro.

Texto agregado el 15-01-2017, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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