Ella no quería amores eternos, su soledad era demasiado intensa y su humildad hallaba origen en la tristeza.
Los convencionalismos la hacían reflexionar sobre el vacío existencial en el que vivían sumergidas las personas.
Años atrás había vivido sin el peso de estas reflexiones y estados emocionales; y ahora, en estas horas y en esta noche, un sentimiento le ardía en el pecho y le escarbaba en las tripas, le descomponía las entrañas, cavilando en el grado de fragilidad con que la divinidad había dotado la anatomía humana.
Todos reían y festejaban con algarabía, pero ella no compartía los mismos motivos de felicidad ¡Otra vez el convencionalismo que rechazaba!, éste que la había aislado de las escasas fibras de sociabilidad que le restaban.
Ardía el pecho y la melancolía se colaba por las rendijas del techo, ella necesitaba salir y despejarse en la contemplación del firmamento pero una familiar sensación de náusea la dejaba con la mirada estancada, junto con la mugre externa que no podía quitarse.
Recordó el mensaje que él le había enviado la noche anterior y al que ella le fue indiferente, esa ausencia adrede le horadaba la conciencia con una perversa jocosidad latente.
La náusea y la oscuridad en el alma, quería dormir pero tanta resignación la disgustaba, quería ir a besarlo pero su soledad era insana y estaba predispuesta a matar el amor, cuando éste decidiera asomarse y plantar bandera en su corazón.