Era verano en Europa. Abordé un tren en la ciudad de Lugano con destino a Lucerna, me adentraba en la Suiza interna con mis fantasmas y miedos. Al subir me instalé en un compartimiento que estaba ocupado por dos mujeres maduras que conversaban en alemán. Mi presencia de latino solitario y silencioso les era indiferente. Protegido por un libro de Borges que no logré leer observé durante el trayecto un paisaje alucinante. Infinitas imágenes golpeaban mi vista. Carreteras colgando de impresionantes montañas, túneles interminables, lagos de tranquilidad asombrosa. Finalmente llegué a mi destino, una mujer chilena me esperaba en aquel rincón de postal para compartir conmigo su soledad.