De natural bonancible, era la abuela sin duda alguna la gran matriarca de la familia. Su casa, siempre encendida y de puertas abiertas,el refugio de todos.
Allí acudían hijos,nietos y nueras al amor de la lumbre, donde, de noche, se asaban castañas y manzanas, se conversaba, se jugaba a dominó o a cartas, mientras de fondo repiqueteba el run run de la radio.
Allí acudían los mineros, los comerciantes, los veraneantes... pues tenía posada.
Allí permanecían a la espera de la empresa los vecinos del lugar.
Ella, cálida, daba hospitalidad a todos.
Amante de dichos y refranes, su filosofía se encerraba en su habitual "Más vale ser el paño que las tijeras". Y ella, amorosa siempre, nunca fue tijeras.
Quizá esa era la clave de que su casa siempre estuviera tomada por las visitas.
Yo, que vivía con ella y mi madre, a veces le reprochaba el incesante visiteo.
-No se puede dormir en esta casa- le decía cuando ya de mañana tocaban a la puerta.
-¿Qué le vamos a hacer , hija, ?- me contestaba.
No había nada que hacer. Yo lo sabía. Su talante acogedor hacía de su casa un verdadero hogar, un nido calentito y vivenciado.
Murió de vieja y todos lamentamos su muerte. Desde aquel momento nada fue igual. Su casa, apagada, fue comprada por otros propietarios, derribada y transmutada en una construcción moderna y anodina.
La familia, empezó a dispersarse en la Navidad, donde celebrábamos las fiestas con sus suculentas calderetas de cabrito, ya que era una cocinera excelente.
Los huéspedes empezaron a alojarse en un reciente hotel construido a las afueras del pueblo.
Los vecinos esperaban la empresa a la intemperie, recordándonos lo que ya sabíamos:
¡Qué buena era la Tía Pilar!
Me asalta el recuerdo de un día en que, viendo una serie de televisión de una familia, los Botejara, exclamaste:
-Si yo escribiera mi vida, daría para una novela.
Y era cierto. Pero yo observo cómo fracaso en el intento de apresar en letras todo lo que supusiste para mí.¿Cómo voy a osar novelar tu abultada vida?
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