Una vez más estoy mirando la página electrónica que hiere los ojos con su albura inusitada. No viene una sola idea a mi cabeza o, a decir verdad, vienen muchas pero es como si estuviesen machacadas por un tremendo desánimo que se entronizó en alguna parte de mi ser. Sal y nieve fundiéndose en la nada, paño litúrgico enfundando una oración muda, avecillas de albo plumaje sobrevolando una estepa de pastos albinos, imágenes mudas que se niegan a transformarse en palabras, silencio, apagón, noche, noche blanca que no es una noche navideña del hemisferio norte, sino una blancura carente de todo, de ganas, de imaginación, de música y de ritmo. Intento trenzar unas cuantas palabras en este haikú:
Rodó el verbo
mudo e inconsciente
no hay palabras
Soy un tránsfuga que desfallece en las arenas del nadaísmo, ¿Es acaso que me llega la hora de abandonar la existencia y esta comienza a desbastar las partes que mejor me identifican? Si es así, embalo mi prosa antes que me la hagan añicos, intento archivar los vocablos en un lugar presunto de mi memoria, simples palabras de cortesía, diminutas llaves existenciales que ojalá me permitan aventurarme por esas rutas desconocidas, con siquiera una precaria lucecita de confianza y prevaleciendo en mí una apretura de pecho que no sé a que atribuir, acaso sólo sea el miedo ancestral a lo desconocido, aquella trascendental instancia a la cual concurrimos desnudos y desprovistos de cualquier prosaico argumento…
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