"Madre, creo que ya no soy católico". Ese fue mi último pecado antes de que pudiera experimentar lo que llaman "el último suspiro". Pero aún quedaban un par de minutos y yo zanjaba un gran día con esa pequeña frase, dirigida al ser que me vio salir de sus entrañas, y que sacrificó las fiestas de año nuevo de 1994 solo para poder abrazar a mi "yo" indefenso de hace veinti-tantos años (porque el "yo" indefenso de mis últimos días estaba por venir)
"Madre, la verdad es que...", y una mirada lastímera me miró fijamente, de esas bien tristes que te cortan como cuchillas a la altura del estómago (pensando que así últimamente venía sintiendo la culpa) y dejándome congelado y sin palabras.
"Como me dices eso...". Nada más se dijo. Ella caminó hacia la pieza y se tumbó entre los cojines, esperando encontrar en ellos (y en el llanto silencioso) un poco de tranquilidad y descanso, después del remezón que significaron mis palabras. Y yo, pues simplemente no atiné, no supe que hacer, o quizás no tenía que hacer nada.
Tembloroso. Llevaba dos horas en el baño después de haber hablado ese par de palabras con mi madre, y como no había atinado a hacer nada, fui al baño a matar el tiempo con el celular y también con un libro que era de mi hermano, de esos que él nunca termina de leer usando ese argumento a mi favor para llevarmelos de su estante en Santiago.
En medio de la lectura comencé a sudar y sentirme agotado. El dolor de "las cuchillas en el estómago" había aumentado, pero ya no era por culpa. Me hacían retorcerme y provocaban espasmos en mis piernas. "Si no salgo, me muero aquí, de la forma mas cómica". Pensaba en mi muerte otra vez, como tantas otras veces. Y ya eran tantas que me lo tomaba como un juego de situaciones, pensando en morir en diferentes partes y disfrutando el carácter de estas, pero que obviamente por como es mi familia, nadie se esforzaría a comprender mi sentido del humor (de hecho, si estuviera vivo un momento en mi velatorio, me retarían por ser tan poco sensible conmigo mismo)
Ya no era solo el estómago y las piernas. Ahora mi espalda se dormía y mi visión se tornaba un poco borrosa. Aun no había nada distinto a lo que sentí en los meses anteriores, pero para ver si se pasaba, o para otorgarme una muerte mas digna, llegué caminando lentamente a mi cama, y me dejé estar, viendo como iba mi respiración, jugando en el celular, o simplemente quejarme en silencio hasta sentirme hostigado de mi mismo. Eran las 9 PM de un día Lunes, mi madre aun no despertaba desde nuestra discusión.
Agonizaba, no se como ocurrió, no se como empezó, pero repentinamente estaba agonizando. Esa respiración típica, entre apurada y forzada, mis ojos entrecerrados, mi madre a mi lado junto a mi hermana, pensando que estaba inconsciente y apurando con cada respiro mi partida hacia un nuevo camino. Pero yo estaba ahí, agonizando, y CONSCIENTE, escuchando cada palabra, viendo cada lágrima derramada por ellas. Mi hermana rezando al lado de mi madre, y sus palabras de "sabemos que te lo llevaras a descansar". Quien fuese que me llevara, ojala lo hiciera al campo verde en el que imaginaba las tantas veces que solía pensar que me iba a morir. Pero ahora era de verdad al parecer, y el campo verde solo estaba en las palabras de mi madre, porque en mi mente solo estaba su cara junto a la de mi hermana.
"Ángel de la guarda, dulce compañía", sonaba en mis orejas, y con cada palabra mas despacio escuchaba, como si me estuviera apagando de a poco, y las pilas de mi cuerpo ya estuvieran listas para ser desechadas.
"No lo desampares, ni de noche ni de día", y dejaba de sentir ya los brazos y las piernas, ya no había conexión entre mis extremidades, y solo podía sentir las caricias en una de mis manos, que de a poco se iban poniendo mas suaves.
"Ni en la hora de mi muerte, Amén". Suspiro. Alcancé a despeinarle las pestañas a mi hermana, con ese último viento de vida que salió de mis pulmones.
El resto, se lo dejo a quien(es) me quiera(n) enterrar (Y pongo paréntesis siendo generoso, pensando que exista mas de uno que se disponga a hacerlo). |