Tengo un amigo alemán que cuando se enferma no va al consultorio de un doctor sino a la casa de una pareja de curanderos rusos. Hace poco Ulf sentía un dolor en el pecho que comenzaba a preocuparle, así que pidió cita con Boris y Natasha. Boris es un ruso gigante, con cuerpo de oso, barba descuidada y palabras con sabor a vodka; Natasha es una matroschka robusta con mirada dulce y voz de general. Ellos dan consultas en su departamento, así que tocas el timbre, te abren la puerta, pasas a la sala y esperas sentado en un sofá con aspecto de Perestroika a que Natasha te pida que la sigas. Entras en un cuarto y allí te espera Boris, con mirada turbia. Boris te dice que te detengas, que no te muevas. Te observa durante unos minutos y tú no te mueves, te quedas detenido en la atmósfera con olor a tabaco rancio de aquel mohoso cuarto, un poco incómodo, pero confiando en que Boris sabe lo que hace. Entonces Boris te dice, con acento palatalizado de alfabeto cirílico que intenta adaptarse al alemán, que tu ego te está enfermando, que el ego domina tu bienestar, que debes dejar que las cosas sean como son y que la vida es un camino cuyo final se soluciona sin necesidad de que tú intercedas. Luego te toca el pecho y te dice que allí se han acumulado todos los dolores y las penas sufridas. A continuación Boris te receta veinte minutos con Natasha. Ella te guía a otro cuarto, te pide que te acuestes en una cama cubierta con una funda en la cual resalta un tigre siberiano bordado. Natasha se sienta a tu lado y con sus enormes manos te aprieta los músculos de los hombros y los brazos mientras canta una canción en ruso, que no entiendes, pero que te da la impresión de haber sido cantada ya desde tiempos remotos. Cuando Natasha termina exclama una oración y te persigna haciendo la señal de la cruz como lo hacen los cristianos ortodoxos. Después te cobra: cincuenta euros por la consulta con Boris y veinte euros por el tratamiento con ella. Te asegura que la próxima vez que vayas sólo debes pagar treinta euros. Ulf me contó esa experiencia hace tiempo, mientras tomábamos un café. Quise saber si el tratamiento con Boris y Natasha había funcionado. Me dijo que estaba como nunca, lleno de energía, como si se hubiese liberado de un gran peso que lo agobiaba y que el dolor de pecho había desaparecido. Le pregunté si no había ido a controlar su salud con un doctor, que a su edad (cincuenta años), lo mejor era ir a la segura. Ulf me dijo que no confiaba en la medicina oficial, que todo era un engaño de las compañías farmacéuticas, en complicidad con los doctores, que sólo aplican tratamientos inútiles a los incrédulos pacientes para hacer las mayores ganancias posibles sin combatir nunca la verdadera causa de la enfermedad. Por eso, aseguró Ulf con aspecto arrogante de erudito, muchos alemanes evitamos la medicina oficial e intentamos nuevos métodos, como la homeopatía, la medicina china, o tratamientos alternativos más eficaces que las tabletas que te recetan en los hospitales. No sé cuánta verdad contengan las especulaciones de Ulf, pero en algo si tiene razón: muchos alemanes tienden a confiar más en un homeópata, en un chamán, en Boris y Natasha o en cualquiera que asegure que domina tal o tal tipo de medicina alternativa antes que confiar en un doctor. Prefieren pagar los precios de oro que los especialistas de la medicina alternativa les cobran que ser atendidos por un doctor cuyo costo lo cubre el seguro.
Hoy en la mañana fui a visitar a mi amigo Ulf. Está internado en el hospital. Sufrió un paro cardíaco cuando hacía compras en el centro, por eso la ambulancia llegó rápido y lo salvaron por un pelo. Tuvo suerte. No me atreví a comentar nada sobre Boris, pero Ulf sabía que yo pensaba en eso. Entonces habló:
–Sabes, Boris tenía razón cuando me dijo que debía vencer a mi ego, pero no pude. Al final las penas y mi maldito ego casi me matan. Este ego es mas fuerte de lo que yo creía. Cuando salga de aquí haré una cita con Boris y Natasha. Sólo ellos pueden ayudarme a solucionar este problema.
Preferí no comentar. A fin de cuentas, cada quien es libre de elegir la verdad o la mentira que más le plazca.
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