Él, fijaba sus óculos insípidos en el cielo raso de su prisión corpórea. Divagando, maldiciendo lo inexistente.

Ella, suspiraba incesantemente al ritmo de sus sueños desnudos. Paz, calma y una que otra pesadilla sin sentido.

El único rayo de luz en todo el recinto era emitido por un viejo tv cargado de subliminales ecos. Suficiente para dejar ver el hielo que partía sus mundos.

Dormir era una posibilidad desechada tras 10 inútiles intentos que lo llevaron al absoluto insomnio. El mismo que en cada luna lo obligaba a rasgar la piel marchita de sus recuerdos infestados de culpa.

¿Qué hacer con tanta ausencia?
¿Cómo saciar el hambre absurda de lo incierto?
¿Cómo despertar entre tanto despertar?

La respuesta se alejaba cual mal oliente meretriz justo al rayar el alba.

El círculo vicioso arremetía nuevamente con despiadada furia.

Cerró sus ojos por vez enésima, esperando perderse en llanuras imaginarias.

Solo para encontrarse una vez más, postrado sobre su cómplice miseria, contemplando la inevitable incertidumbre de sus días.