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Una cantante famosa que en realidad no canta, sino que mueve sus labios tratando de llegar al unísono a la grabación de fondo, un simulacro de interpretación que el público comienza a reprobar por medio de potentes chiflidos, es más bien la persona que traduce algo ininteligible para los demás, un deja vú de sí misma, prisionera de una canción realizada en estudios de moderna concepción, con digitalizaciones y sonoridades creadas para realzar su voz, un murmullo ecualizado que surge con inspirada resonancia que después generará éxito y muchos ingresos. Y esa perfección que resuena luego en las radioemisoras, en los discos compactos y en todo parlante propicio para diseminar los profundos acordes de esa melodía, se transforma en algo inalcanzable para la misma intérprete, que descompuesta con esa perfección que ahora la aterra, sólo es una mujer desnuda corriendo detrás de una quimera. -¡Esa no soy yo!- se dice para sí y el escenario pareciera transformarse ahora en un estrado en el cual ella deberá confesar sus culpas. Son los espejismos que producen las industrias corporativas, se crea un personaje, se le perfecciona, pero como la falibilidad del ser no va de la mano de la concepción tecnológica, surge una mezcolanza que sólo dará frutos en la medida de que a quienes va dirigido el producto, sean también sensibles y misericordiosos con esa estrella rutilante que a veces también tiene días malos.

Pero, de pronto, todo falla y la banda sonora se detiene abruptamente. La famosa cantante es sorprendida ¿y por qué no decirlo? aliviada, por lo que abre su boca para respirar profundo y sonreírle con ternura a ese público que ya no tiene argumentos para reprobarla y sólo aplaude conmovido por ese silencio conmiserativo que llegó como una tregua. Ella se estremece para reencontrar sus propios acordes, que no se asemejan mucho a los que le fueron suplantados por los técnicos sonidistas y su voz se prepara para renacer sin maquillajes superfluos, nítida como una plegaria. Todo se iluminara por doquier y majestuosas iridiscencias nimbarán a esa gente embobada y feliz de estar presenciando más que un canto, a una mujer que enseña la sinceridad de su arte, talento nato encauzado hacia una voz penetrante, acaso reprobada por los conocedores por ser un tanto desgarrada y que semeja un ronquido que pronto se transforma en trino para luego descender varias octavas y terminar en un susurro que se queda vibrando no ya en los oídos del público, sino para en cada corazón presente en esta liturgia tan especial.

Desde ese día, la cantante olvidó toda mistificación y ahora sólo es acompañada por un buen pianista, y las teclas de ese piano casi parecieran ser una suave brisa que desde la lejanía se arrulla con la voz de la mujer.




















Texto agregado el 06-01-2017, y leído por 168 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-01-2017 Coincido con los comentarios. Hay muchos que cantan menos que un grillo y cuando toca hacerlo en directo, dan el cante ***** grilo
06-01-2017 Un cuento que no es cuento por la verosímil de lo planteado. SALUDOS! TuNorte
06-01-2017 Un texto como cuento de hadas. Dónde la protagonista es solo una marioneta de los oscuros interese del mundo de la música.como buen cuento con un final feliz. 5* Nazareo_Mellado
06-01-2017 “Renacer sin maquillajes superfluos”. Excelente apología al derecho a simplemente SER. El final es deslumbrante, y como cierre del drama que presentas es relajante. Te quedó redondito. Un full abrazo. SOFIAMA
 
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