Noche de estrellas

Íbamos de excursión a Calingasta. Después de recorrer varias localidades con muy importante belleza en su paisaje y su gente como lo son Puchuzún, Villa de Calingasta, Sorocayense, Tamberías y Barreal, al segundo día de estar por esos lados, nos sugieren ir a conocer el Observatorio Astronómico de “El Leoncito”. Es más, los lugareños nos aconsejan ir de noche, ya que la observación de los astros y planetas se observaran mejor en horarios nocturnos.
Hacia allá fuimos J, Carlos y yo.
Por el clima que hacía en Barreal, la subida desde Pampa del Leoncito hasta el Observatorio Astronómico auguraba una buena jornada.
La noche se presentaba cálida y con un cielo azul y exageradamente estrellado. Al subir en el auto, parecía que nosotros descendíamos de la huella, mientras que las estrellas circulaban alrededor de nosotros en varios sentidos y emitían destellos puntudos y vivaces que semejaban una explosión de estrellitas mucho más pequeñas y brillantes. Parecía que estábamos mirando una película en un cinema del barrio a las tres de la tarde de un día domingo.
Ya estábamos muy ceca del Observatorio y comenzamos a ver unos arbustos y árboles altos, que parecen mirarnos con ojos intrigantes y fijos. La noche acechaba.
Al costado opuesto a las serranías, se extiende una gran llanura, en donde al parecer no hay vegetación, pero no estábamos seguros ya que la luminosidad que veníamos percibiendo, de repente, se transformó en una oscuridad creciente.
Intentaba conducir con precaución ante un camino desconocido, una huella angosta, rodeada de árboles altos y con el pié en el freno presto para apretarlo ante cualquier emergencia.
Los árboles se movían intensamente y parecían curvarse en la parte media de su follaje como dando idea que el viento, venía desde la llanura, ya que estábamos cerca de llegar al playón del Observatorio y tenía por delante y a los costados unos cerros de diversa altura.
Ante tanto viento, que hacía imposible continuar la marcha, decidí parar, y estacionar a un costado de la angosta huella. Mirando hacia atrás, veo en la luneta unos destellos brillantes, que iluminaban como si fuera de día, el interior del auto. Mis hijos estaban atónitos y asustados a la vez, ante tan iluminado paisaje. Pero la sorpresa fue mayor aún. Nos bajamos del auto, caminamos unos metros en dirección a la llanura y allí casi nos da un infarto. Como una ventana hecha con ramas de álamos moviéndose sin parar, y en el centro de esa escena, resaltaban cuatro platillos voladores que danzaban alrededor de uno más grande ubicado en el centro. Emitían sonidos guturales no descifrables por nuestros oídos, parecían que los cuatro platillos más chicos conversaban entre ellos dando vueltas alrededor del platillo mayor. Subían hasta cierta altura, y bajaban; luego se movían hacia los costados y de sus carcasas salían prolongaciones como brazos, arqueados y más brillantes que la parte central. El sonido que emitían, por momentos era ensordecedor y las luces de variados colores, nos dejaban casi ciegos y sin poder reaccionar del todo. Estábamos como paralizados y los pies parecían unas botas de plomo, que impedían que nosotros nos desplazáramos. Estábamos allí a merced de ese juego de luz y sonido extraño, duradero en el tiempo, pero hermosos y gratificante a la vez.
Al mismo tiempo que estábamos atónitos mirando el juego de luces y sonidos, vemos que uno de los platillos se separa del grupo y se dirige hacia nosotros, De unos de suscostados, sale otro brazo y se posa a nuestros pies, como invitando a que uno de nosotros se suba a ese pedestal. No sabíamos qué hacer.
El brazo luminoso de ese objeto volador, se llevó a mi hijo J. No me salían palabras de mi garganta, como tampoco podía mover mi cuerpo, quedé paralizado.