Soy
yo,
bajando
por
las
escalas
contando
mis
pasos
de
estos
cuarenta
pisos
que
descenderé
a
pié.
Pienso
y
cuento,
cuento
y
pienso,
esto
es
cansador,
el
sudor
resbala
por
mi
rostro,
tomo
aliento,
prosigo,
¿Qué
Mira.
Señora?
No
soy
un
loco,
no
lo
soy.
Si
me
canso
bajando,
de
seguro
que
subiré
de
rodillas.
He
bajado
veinte
de
los
cuarenta
pisos
y
un
señor
calvo
se
me
queda
mirando,
¡No
soy
extraterrestre
caballero!
La
Economía
baja
y
yo
con
ella,
va
rápido
la
citada,
si
no
la
pillan
los
economistas,
¿cómo
he
de
hacerlo
yo?
Y
continúo
descendiendo,
viene
un
tipo
subiendo
al
trote,
parece
gimnasta,
camiseta
musculosa
y
él
musculoso
también.
Me
mira
con
desprecio
(lo
que
sube
baja)
pienso
yo.
Quedan
doce
pisos,
nada
más,
sudo
como
yegua,
hace
también
calor,
vamos
llegando
tubay
tubay,
me
doy
ánimo,
a
la
presidenta
le
queda
un
solo
año
de
mandato
lo
que
vienen
siendo
como
365
escalones
y
baja
y
baja
en
las
encuestas
igual
como
yo
bajo
los
pisos.
El
ascensor
se
descompone
y
un
grupo
de
gente
baja
conmigo,
un
tropel
de
personas
vociferando,
que
ya
no
se
puede,
que
es
el
colmo,
que
no
hay
mantención,
que
esto
y
lo
otro,
y
me
preguntan
por
qué
vengo
tan
transpirado
y
yo
les
respondo
:
Soy
el
que
repara
el
ascensor
y
vengo
bajando
del
piso
cuarenta
¿Y
Por
qué?
me
preguntan
Y
les
digo
que
odio
los
ascensores
que
me
provocan
mareo.
Miento,
por
supuesto.
Vamos
llegando
estamos
a
punto
faltan
59
escalones,
59
58
57
56
55
54
53
52
51
(Abreviemos)
Y
Cero.
Despu és de pisar el último escalón, salgo al encuentro del hall de baldosas relucientes y siento un alivio enorme de dar paso tras paso sin el esfuerzo y la tensión de venir bajando a saltitos una escalera que pareciera no terminar nunca.
Pero, como uno nunca sabe cuándo le va a llegar la fortuna plena, veo a pasos míos una billetera bien gordita. Me agacho y la recojo y al ver que no trae documentación alguna, pero sí mucho dinero, que si trajera cédula de identidad o identificación cualquiera, sería un impedimento para esta repentina alegría que me salió al camino.
Para mi desdicha, un señor viene gritando a media cuadra y lo flanquean tres policías.
-¡Él es!- y me apunta con su dedo tembloroso. –Él robó mi billetera.
-¡No no! La acabo de recoger, estaba tirada alliiií. Siento un par de manos de acero que se apoderan de mis brazos y enmudezco.
-¡Claro! ¡Y transpiras como yegua de puro contento!
-Este parece que es el Carecorcho,
-¡Nooo señor, yo soy inocente! ¡Se lo juro!
-Vamos pa´dentro.
Hace un año que estoy en capacha y me quedan cinco más. Todos los días rezo porque se aparezca el Carecorcho y se acabe esta confusión fatal. ¿Cómo puede haber un cristiano que se parezca tanto a mí? Para ahondar aún más mi mala suerte, el viejo de la billetera era un juez. De repente pienso que después de bajar a pie los cuarenta pisos de ese edificio, todavía continúo bajando en un tránsito de miseria y tristeza. ¿Llegaré a pie al infierno? ¿Eso quiere la justicia para mí?
Y voy tachando una raya en la muralla por cada día que pasa, como si esta fuese una cuota más de un crédito a muy largo plazo.
1469
1468
1467
1466
1465
1464
1463
1462
1461
1460 días...
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