Fueron unas Navidades de inclementes temporales.Era el día 24 de diciembre del 1995 por la mañana. Fue la última vez que te vi.
- Cuando escampe, subiré al tejado. Tengo una gotera en el bar.
- No subas.La uralita debe de estar reblandecida con tanta lluvia- te advertí, pues tuve la premonición de que corrías peligro.
-No pasará nada. Se me encharca el bar y hoy es Nochebuena- insististe, terco.
- ¡ Que no subas! - te solicité seria, ya que visualicé la tragedia.
Y no te volví a ver. El día de Navidad se repitieron los temporales y no pude bajar a tu negocio a tomar el aperitivo.El día 26 nos levantaron unas insistentes llamadas al timbre de casa , que nos alertaron de que algo malo había sucedido.Era mi tía, tu mujer, quien nos informó de que te habías caído del tejado al desván, donde había un grueso leño con el que te golpeaste la cabeza.Había escampado, ignoraste mis advertencias y subiste a reparar el tejado, tal como anunciaste.
Yo no quise ir a verte , moribundo. Mi marido, médico, te socorrió en vano.
Siempre lamenté no haberte visitado el día 25 para alertarte más vigorosamente.
Al día siguiente de tu fallecimiento, los telediarios informaron de la tragedia. Nadie podía dar crédito al hecho de que murieras en tu propia casa, cuando todo hacía presagiar que , amante de la velocidad, morirías al volante.Solo yo preví el aciago desenlace y no pude dejar de establecer una concomitancia con el pasado, con aquel lejano día de octubre del 72 en que talaste en un descuido el árbol bajo el que reposaba tu hermano mayor, mi padre. Siempre me pareció que el destino justiciero se encargaba de hacerte pagar un crimen fratricida involuntario por el que jamás nadie en la familia te culpabilizó.
Ni yo, que siempre te consideré mi tío favorito.
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