Hoy te estás muriendo , aquejado de un doloroso cáncer de huesos; pero nunca olvidaré que me enseñaste a nadar, a las bravas, lanzándome al agua sin contemplaciones, tal como solían hacerse las cosas en aquellas postrimerías del tardofranquismo.Años impíos de largos lutos en que se mandaba , paradójicamente, a la escuela a los niños al día siguiente de morir el padre, sin tiempo para duelos.
Eran días de tonos grises y negros y tú, siempre lunático, ponías la nota discordante.
Contaban que, de pequeño ,te tiraste de un balcón con un paraguas, simulando lanzarte de un paracaídas.
Se decía que en otra ocasión burlaste la vigilancia materna para fugarte al cine al pueblo de al lado, en un caballo al que hiciste subir por las escaleras del desván para que no te descubrieran.
Cuando casi no se tenía noticia de la energía eólica, montaste un molino de viento en la terraza en tardes largas de verano sureño.
Amante de las mujeres, te casaste tres veces y nunca atinadamente.
Nunca supiste querer bien a tus dos hijos, quizá como respuesta a aquel episodio de tu infancia en que tu propia madre, harta de tu carácter indómito, te internara en un correccional para que te metieran en cintura.
Aficionado a la velocidad, gustabas de los buenos coches, que coleccionabas y a los que sacabas las tripas para solucionar averías pues siempre fuiste manitas.
Te marchaste a Francia ,con dieciséis años ,sin saber leer pues te fugabas de la escuela. Mi abuela, tu madre, que en su fuero interno nunca se perdonó el episodio de tu internamiento, me pedía que te escribiera cartas. Luego supe que la habías perdonado y que por tu cuenta aprendiste a leer para contestar a las cartas que yo te escribía al dictado de ella.
Hoy te estás muriendo y quise dedicarte estas letras, que a buen seguro no te llegarán pues no quiero recordarte que te estás muriendo. Ojalá que la tierra te sea leve.