Así como la señal de Batman, casi que con una lámpara enviando una luz al cielo infinito, la luna roja le dio el impulso para pedir un rescate
- En realidad, sin querer pedirlo-
. Y es que esa era su señal; cada vez que la luna adoptaba alguna forma, color o luz extraña, era la señal. Y pensó que la había olvidado, pero instintivamente la recordó.
-Él la vio y acudió a su rescate.-
Y sin querer ser salvador, se convirtió en tal. Ambos habían tenido épocas difíciles, y se reencontraron en un punto en donde nadie podía juzgarlos, ni su vida o la gente que los rodeaba. Se armaron y recordaron su misión, hablaron de la esencia de las cosas invisibles, refrescaron a sus ejércitos para continuar. Su reunión era en la misma isla que ambos crearon hace años, y que nadie jamás pudo entrar, menos entender. Pasaron tantas cosas entre ambos, y tantos años después aún se entendían como la última vez en que decidieron hablar. Eran un espejo, y la luna los acompañaba desde siempre con su luz...
Uno estaba más herido que el otro, era lógico y sus heridas se veían a simple vista. Y más que compasión, hubo comprensión en su más pura expresión, nada más.
-Oídos, cariño -
El herido optó por seguir oculto del mundo y sanarse, encontrar su paz.
El renacido optó por volver a la tierra y hacer su parte en el mundo, del que había decidido renunciar hace tanto.
Y ambos abandonaron la isla, y dejaron a la luna en paz.
Un poco más tranquilos, serenos y sabiendo que alguien en este mundo podía entenderlos, de no sentirse tan ajenos.
Sacudieron sus ropas, armaron su ejército y se despidieron.
Gracias.
Hasta la próxima, caballero.
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