Cuando Herodes I mandó a sacar de circulación a todos los menores de dos años, muchas mujeres se asustaron y de inmediato confesaron su edad verdadera. Y los soldados recorrieron casa por casa buscando a estos bebés, que ya no eran tan bebés y que estaban armando sus negocios en Belén.

“No hay niños acá” dijo el el jefe de centuriones, Grilus, que también era centurión negro en el karate. Al escuchar esto, el único que se murió, pero de la risa fue Herodes, que entendiendo que ese soldado le había arreglado el día, le encomendó ocultar el lavatorio de Pilatos. “¿Dónde se va a lavar las manos este ahora? Je je.

Sabido es que esta hagiografía es recordada por los siglos de los siglos y el paso del tiempo ha ido corroyendo su contenido, para transformarlo todo en una vulgar chacota. Lo que en verdad pasó fue que Grilus, que tenía un corazón muy bondadoso, había mandado a ocultar a todos los niños menores de dos años en una biblioteca, y como en esos tiempos eran muy pocos los que sabían leer, menos en romano que es tan difícil, los niños aquellos estuvieron a buen recaudo. Además, como tenían todo el tiempo del mundo para ellos, se dedicaron a hurguetear en los papiros y demás documentos. Como Grilus los visitaba de vez en cuando disfrazado de vieja, les enseñó a leer, porque era el único soldado que juntaba las letras con modesta habilidad.
Y los niños reían y comentaban entre ellos sobre las noticias, una de ellas, el trago de cicuta que se mandó Sócrates, que en rigor era Cicuta-Naranja.

Y se comenzaron a preguntar entre ellos:
“¿Tú eres Jesús?”
“No, soy Johnattan, ¿y tú?”
“No lo sé, aunque a veces me da por multiplicar los peces.
“Dime entonces cuantos son diez merluzas por cincuenta congrios”.

Y así se lo pasaban estos niños, estudiando y filosofando, hasta que Grilus les dijo que podían salir de allí, porque ya no corrían peligro.

Y los ancianos salieron de esa biblioteca apoyados con bastones y respirando después de largos años el smog de Roma.

Aquí fue que Grilus, que ya era el doble de anciano que sus protegidos, les dijo que se había olvidado de ellos por culpa del Alzheimer y que eran viejos libres, porque de hombres ya habían jubilado.

Pero una vieja romana, sabiendo que era día de inocentes y siendo ella muy bromista, les gritó:
“Pobres ancianitos, justo se les ocurre salir ahora, que Vesposino III ha dispuesto mandar a matar a todos los viejos, porque se rumorea que Cristo viene, pero ahora convertido en un ser nonagenario.

Y los ancianos corrieron de nuevo a la biblioteca y allí se quedaron para siempre mientras la vieja se mataba de la risa.