El “Bigote” se despertó puntualmente a las 6:30 am. y se dirigió al baño, tratando de no despertar a su compañera. Tras la ducha y afeitar perfectamente su bigotito se peinó y recordó que no podía usar ningún tipo de loción o colonia. De vuelta al dormitorio se vistió en silencio, miró por última vez a su mujer y se asomó al dormitorio de sus hijos. Los contempló brevemente, los besó y se dirigió a la puerta de calle. Allí lo esperaban tres o cuatro tipos dentro de un auto de color gris y sin patente. Se devolvió corriendo a la casa donde había olvidado sus lentes oscuros.
Tras saludar a sus compañeros se fueron conversando entre risotadas, de todo tipo de cuestiones, del futbol o el programa de la tele la noche anterior. Al llegar, como en cualquier oficina tenían horario de entrada y salida. Entonces recibían las instrucciones del día y se dirigían a sus respectivas labores. Él estaba encargado del aparato generador eléctrico. Se encaminó a la sala de torturas. En un catre metálico, la parrilla, se hallaba amarrada de pies y manos una mujer desnuda con los ojos vendados. Dos agentes procedían a interrogarla con preguntas, al parecer, sin relación. Entre medio insistían en que dijera si conocía a un tal Manolo, que dónde era el punto donde se juntaban. Todo esto en medio de bofetadas. La mujer se limitaba a negar y gritar todo tipo de relación. Con un gesto le ordenaron al encargado de la corriente eléctrica. El Bigote aplicó los cables en los sectores más sensibles de la mujer. Ésta se retorció en la parrilla emitiendo gritos desgarradores, mientras los agentes insistían en sus preguntas. Tras quince minutos de tortura sin resultados la mujer fue trasladada a su calabozo donde la esperaban sus compañeras que hicieron lo posible por recuperarla.
La jornada continuó como siempre, con múltiples sesiones, hasta la hora de salida.
El Bigote regresó a su hogar. Jugó con sus niños, vio las noticias, cenó, hizo el amor con su compañera y se durmió plácidamente.
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