Es un portón metálico, grande, el edificio parece abandonado
pero alberga unos cuatro o seis apartamentos, hay que subir unas escaleras
que se dividen en dos, una vez arriba a mano izquierda hay una secadora común,
al no haber patio parece ser una opción ineludible. Un pequeño letrero de “no fumar”
recibe caso omiso entre algunas colillas de cigarro que yacen por el suelo de la estancia.
La puerta queda justo al lado de la secadora y un cascabel de gato se intercala
entre el sonido ambiente de una ciudad de flores, colinas e indigentes.
Él saca un par de camisas de la secadora, lleva unos shorts y unas medias altas,
cuando camina tiende a quebrar la mirada, por eso prefiere cubrirla o disimularla
algunos cadaveres de tabaco podrían pertenecerle, pero él siempre dirá que no,
él miente, de la forma más dulce y natural posible, juraría que a veces, sin siquiera
darse cuenta. Adentro todo está contado, cuatro cucharas, dos tenedores, tres platos,
olla arrocera, refrigeradora pequeña, una pila, un hornito, un sartén electrico, una cocina,
un baño, una sala, dos cuartos y un sentimiento de soledad mezclado con bicarbonato.
El cielo razo del cuarto tiene la altura ideal para hacer malabares con cuatro bolitas
(lo dudo con cinco, él diría que sí, pero, creerle es optativo), la ropa está apilada entre madera
y hay tres resortes del lado derecho de la cama que atentan contra la vida humana.
Hay un mueble delgado entre la cama y la ventana, una palmera es todo lo que se ve desde
arriba, no hay cortinas, tampoco espejos, de hecho no encontrás nada de eso ni en el baño,
las fotos típicas del recuerdo entre algunos cajones, unas ténis y gorras, un toma corriente
a la orilla de la cama y otro junto a la puerta, aún así quisiera decir que, había algo en sus ojos,
pero cómo mencioné antes: él miente.