Reproducir cada momento en silencio,
remover las suturas para ver si aún sangrás,
si ya solo es cicatriz o si hay alguna infección.
Caminar de nuevo por aquel parque
sentarse a mirar, las palmeras entre el viento
y esas pequeñas hierbas que rompen los adoquines.
Reventar en llanto en el baño del trabajo
dónde nadie se entere aunque se note,
dónde nadie pregunte aunque se cuele.
Leer de nuevo cada grieta; marcar los sobres,
sacar la bicicleta y huir,
tan rápido, tan lejos, tan nada.
Romperse en el error, dejar caer los muros
sonreír pensando que un nudo no está atado
por siempre; en algún momento cede.
Odiarse, por dejar, maldecir ese afán
de soltar la fé siempre abierta,
y de terminar constante, con el corazón en la hielera.
Aprenderse encendida, tenue y sin lúz,
saberse tendida, desnuda y azúl,
tumbada a la orilla de la cama, común.
Gritarse al espejo la culpa, sin olvidar nunca
(o casi nunca) que un error te mata,
mas no soportarías vida si esta no pudiese ser asesinada. |