No es agradable darse cuenta que la vida de uno se acorta día tras día. Que las arrugas van naciendo, las ojeras nos van consumiendo. ¿Pero muy a menudo nos ponemos a pensar en lo que arrastramos con nosotros? ¿ En cada sonrisa, en cada lágrima o en cada granito que vertimos en ese castillo de arena que construímos que no es más que nuestra propia vida?
Dice un sabio en sus versos que si pudiera volver a nacer haría más locuras, disfrutaría más la vida. ¿ Es que hasta los sabios se dan cuenta de lo que valen los momentos cuando ya no pueden vivirlos?
Quizás es la ley de la vida.
Quizás si nos daríamos cuenta al instante no existiría luego la nostalgia y la alegría de recordar.
Y tener nostalgia muchas veces ayuda. El tema es que ella no nos tenga a nosotros.
Basta con saber que hicimos todo lo que quisimos hacer para ser felices en la vida. Pero ¿Y qué es la vida?
La vida es una cantidad infinita de momentos agrupados. Los hay de todo tipo. Pero vistos desde lejos, ninguno de ellos fue en vano. De todos aprendimos algo. Del pájaro aprendimos a volar, de las contrariedades a aceptar, y de equivocarnos a acertar.
Recordar que sonreímos nos hace carcajear de la alegría, y recordar que lloramos muchas veces nos hace sonreír de la vergüenza al saber lo que nos preocupaba en ese momento.
Cada momento es único e inigualable. Es irrepetible e irremediable.
¿Quién puede quitarle a un padre la alegría de ver crecer a su hijo?
¿Quién puede quitarle a un niño recordar el día en que le regalaron su bicicleta?
Y, ¿Quién puede borrarle de sus pupilas a un enamorado el ardiente recuerdo de su amada?
Podrían castigarnos. Podrían torturarnos. Podrían matarnos y prohibirnos cosas...Hasta podrían quitarnos lo que mas amamos y lo que quisiéramos tener para siempre. ¡Pero díganme, humanos! ¿Quién podría quitarnos lo que bailamos? ¿Quién puede convencer al otoño de que no seque las hojas?... Un momento es más que una vida. En un momento se declara una guerra, se declara un amor, se proponen proyectos y se incuban sueños. En un momento enfrentamos o huímos de un problema.
En un momento decidimos nuestro futuro.
No recuerdo el instante en que nací ni el que dí mi primer paso. Pero recuerdo el cariño de mis padres, de mis abuelos, de mis seres queridos.
No recuerdo mi primer cumpleaños ni como tuve mi primer cicatriz. Pero recuerdo el calor de mis amados cantando que tenga un "feliz cumple" y preocupados por la herida.
De esto se trata vivir, de encontrar la esencia de las pequeñas cosas.
De algún modo las pequeñas cosas son las que se sobreponen a los grandes eventos. No logro ver con claridad mi primera graduación, pero veo con total cristalidad mi primer beso, a mis padres y abuelos diciéndome que me porte bien, y cuando fuí reprendido por olvidarme una tarea.
Creo que los verdaderos sabios, si es que existiesen, son los que pueden darse cuenta de que la vida es, tarde o temprano, el juez de todos.
Es la que se dá cuenta de que bajo el sol no existen solo marionetas que se mueven sin sentido, aunque muchas veces lo hacen, sino que hay mucho más que eso.
Hay tantas cosas por hacer, tantas por aprender, que la vida se nos queda corta. ¿ O quizás no? ¿Quizás decimos eso metafóricamente cuando nosotros somos los que ponemos nuestros propios límites?
Hoy les pido entonces, mis queridos amigos, que se tomen un MOMENTO de sus vidas y piensen en todo lo que hicieron.
Piensen en todo lo que cultivaron, en todo lo que sembraron, en todas las veces que lloraron y en todas aquellas en que soñaron con que "ese momento" no pase nunca.
Les pido recapaciten y a los que leen esto en un momento de tristeza se alegren, y en vez de pensar en que no volverán a pasar por aquellas cosas, piensen en que forman parte de su historia, que son parte de uno mismo y que jamás los abandonarán. Porque en nuestros corazones no son más que el combustible que nos permite poner un pie delante del otro cada día para poder caminar.
Imaginemos que lo que nos pasó es fortaleza, y usemos esa fortaleza para que lo que nos pase de aquí en adelante sea motivo de alegría. Y si no lo es, porque siempre hay altibajos, que estemos mejor preparados para recibirlos.
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