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Por Jazbel Kamsky.

UN MILAGRO EN NAVIDAD.

Eran días previos a la Navidad, irónicamente todos en mi hogar estábamos tristes, habíamos sido víctimas de la delincuencia, y la casa lucía vacía; especialmente la sala, no había televisor, no había muebles, y hasta el piso donde estaba el árbol de navidad brillaba por su ausencia.

Tenía tan solo nueve años de edad cuando de pronto tocaron el timbre, y sin esperarlo me dieron el regalo más maravilloso del mundo. Sí, así lo recuerdo; el más maravilloso que un niño puede recibir a esa edad. Una cola peluda y cuatro patas se movían dentro de una caja, y se llamaba Paco.

Mi perrito Paco, tendría aproximadamente ocho meses de vida. Su madre; un Pastor Alemán de pedigrí certificado, mientras su padre; un perro popular, el más conocido en el barrio, el famoso Negrito, amigo fiel de los vigilantes y de los niños que jugamos por la zona.

A diferencia de la raza pura Pastor Alemán de su madre, Negrito; lo único que tenía de pedigrí eran los aullidos que lanzaba después de comer su postre favorito, helado de chocolate, pero no cualquier chocolate, sublime y de la marca D´Onofrio.

Paco, a pesar de su edad, durante el tiempo que estuvo en casa, no emitió ladrido alguno. Mi madre me lanzó la advertencia: --Si este perro no ladra, el mismo primero de enero lo estoy regalando.

Durante esos días, me senté al borde del segundo piso de mi casa, con los pies colgando hacia mi patio, viendo el resplandor del ocaso en el firmamento abrazaba a Paco, quien me retribuía con lamidos en mi rostro, y me movía la cola, pero ni un solo ladrido.

--Paco, tienes que ladrar, si no ladras no podremos seguir juntos. –Le imploré mirando fijamente sus marrones ojos--. No quería que mi mascota me dejara. Sentí que podría comunicarme con él de una manera diferente, pero; ¿cómo?

Los días transcurrían, llegué a confundir los roles con Paco, ya no sabía si yo era el amo o era la mascota. Limpiaba sus necesidades, arreglaba sus destrozos, le demostraba cariño cuando me lo solicitaba, y le enseñaba a ladrar como perro.

La noche buena llegó finalmente, abrí mi regalo y para mi sorpresa era un libro; “El principito”. Subí al segundo piso de mi casa, y me senté como siempre en el borde que colindaba con mi patio, miré las estrellas y una luna llena que emanaba tristeza, mis ojos se llenaron de lágrimas, busqué a Paco; no estaba conmigo, mi mascota había decidido cambiarme por una jugosa pierna de pavo.

Abrí mi libro, y empecé a leerlo, entendí al poco tiempo porque lo adultos no nos entienden, mientras continuaba, Paco se asomó y me empezó a dar lamidos: --¿Por qué estás tan alegre, no te das cuenta que si no ladras no podremos seguir juntos? –Le reclamé--.

El timbre sonó varias veces. --¿Quién toca el timbre después de la media noche? –Me levanté y bajé corriendo a abrir la puerta principal--. Un grupo de niños cantores querían cantarle al recién nacido villancicos. Los hice pasar, mi madre les invitó chocolate con panetón, y luego sucedió lo inesperado, los niños cantores empezaron a cantar y Paco empezó a ladrar y aullar con ellos, era un milagro.

Siempre que leo un libro recuerdo a Paco, el me acompañó por ocho largos años, escuchando atento mi lectura. A veces pienso que el también entendía lo que leía, y me demostraba cariño cuando me ponía triste, pero sé ahora que logramos compenetrarnos gracias al gran lenguaje universal; el amor.

Texto agregado el 22-12-2016, y leído por 176 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-12-2016 Una tierna historia que me gustó,porque amo a los perros y por su final feliz.UN ABRAZO. gafer
22-12-2016 que hermoso, lleno de ternura yosoyasi
 
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