El periódico se está convirtiendo en una especie de obituario del mundo, un dietario de muertes. La parca{1} que corta el hilo de la vida no da abasto. Entre los que fallecen por enfermedades, los que lo hacen en la carretera, los que son asesinados y a los que dejamos morir (los que más me duelen), las cifras son espeluznantes. Parece que el alma se encallece porque ya no puede encogerse más. Todas esas vidas son nuestro presente, y ése es el tema de esta reflexión.
Tenía la idea (y algunos párrafos escritos), al igual que hice en la columna sobre el pasado{2}, de dividir la percepción del presente entre el íntimo y el colectivo, pero creo que, dada la situación, voy a centrarme en el colectivo.
El presente es el tiempo más inquietante, el que más nos remueve por dentro. Cuando pretendemos relajarnos y descansar, intentamos “desconectar”, que no es otra cosa que ausentarnos del presente colectivo. Dejamos de leer el periódico, de escuchar la radio, de ver las noticias en la televisión. ¿Por qué nos afecta tanto? Quizá porque formamos parte de él, porque nos implica, porque contamina nuestro presente íntimo. Es el caballo (ahora completamente desbocado) que nos lleva.
El presente colectivo siempre fue, es y será una mezcla con todos los matices: desde lo horrendo a lo sublime, desde lo aborrecible a lo adorable. Cuando se inclina hacia el lado positivo de la balanza, lo trasladamos sin esfuerzo a nuestro presente íntimo, del lado negativo intentamos aislarnos. Cuanto peor es (y ahora es nefasto) menos modificable nos parece. Nos rendimos. ¿Acaso podemos hacer algo? Por supuesto que podemos y debemos.
Escribir es una forma de actuar, pero sólo si mueve algo o a alguien. Si no las palabras no sirven. Decía Alberti en el verso final de su poema Nocturno: “Siento esta noche heridas de muerte las palabras”. Y tengo la sensación de que estamos en una noche sin estrellas.
Vayamos al grano. Aunque el foco internacional está puesto en las personas que son asesinadas (Irak, Rusia, Israel, Palestina y un largo etc.), como he indicado arriba, las muertes que más me duelen son las de aquellas personas que dejamos morir. A modo de desdichado ejemplo (sin excluir otras zonas del mundo) África: el continente esclavizado un tiempo, colonizado después y olvidado ahora. En este momento es posible que tú y yo podamos modificar el presente de muchos niños donde la muerte se extiende con la fuerza y la facilidad del fuego en la maleza: en Sudán. Siguiendo los enlaces del pie de página con las páginas de Médicos sin fronteras{3} y Amnistía internacional{4} encontrarás una descripción de la situación actual y cómo puedes ayudar.
Ahora, sólo como música de fondo, dejo algo que me salió sin querer ayer mientras escribía esta columna: “Como todas las mañanas la nube negra de estorninos, escandalosa de graznidos, sobrevuela mi ventana hacia su ignoto destino diario; al atardecer regresarán también al unísono. Son como un reloj que me empuja.”
No añado más porque si me paso en el número de palabras esto no lo lee nadie.
¡Pásalo! O ¡Pasalo!
Enlaces:
1. Sobre las Parcas, nadie mejor que Máximo “Islero” en su Martín y el juego de los hilos (http://www.loscuentos.net/cuentos/local/Islero/55641/?nc=1545)
2. Reflexión sobre el pasado en La Columna del 2-9-2004 (http://www.loscuentos.net/cuentos/local/La_Columna/55177/?nc=3128)
3. Médicos sin fronteras (http://www.msf.es)
4. Amnistía Internacional (http://www.es.amnesty.org)
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