Y el tiempo lo inventó el hombre para separar sus obligaciones del reposo. Y fue Satanás el que le sopló al oído que le agregara una alarma bulliciosa que lo despertará en seco y se fuera a trabajar.
Te equivocas buen amigo,
el tiempo existe dentro del hombre,
es su sangre y es su ritmo,
es el tic tac que tamborilea
dentro del pecho nuestro,
es el dínamo y es la promesa
de latir hasta el cansancio
para que un día cualquiera
el músculo apague su voz
y el alma nuestra vuele lejos.
¡Pamplinas! ¿Qué fue primero? ¿El hombre o el tiempo? Que lo sepa Satanás.
No es el hombre ni es el tiempo, ni es el averno ni es la lápida
nacemos, vivimos, fenecemos sin la cadencia cruel y procelosa
de un tic tac que nos marque el ritmo y le dé sentido a las horas,
sino el corazón generoso que late a tambor batiente
cuando se abre espacio con su clamor de milenios
el amor que nos avasalla, sin tiempo, sin norte, ni prisa.
El amor, invención de poetas, sólo sé de rupturas y corazones quebrados, Hablan de eternidad y sin embargo, la gente se aburre, cierra a portazos y luego llora, más por la herida sangrante que quedó dentro de su pecho que por aquel del cual no se recuerda ni el nombre.
Quien amó sólo una vez, supo trepar hasta el cielo y se engolosinó con las estrellas
y juró y oró y el llanto y la alegría fueron uno en este ser desquiciado, loco hasta el hartazgo
por la sublimidad de los besos y el fuego del deseo, no es nuevo lo que aquí digo,
es el estigma y la bendición de todo hombre bien nacido, amar hasta el disparate
por el clamor de su sangre, por simple urgencia y por la poesía que es diamante y sustento.
La poesía es la manera siútica de decir que somos hombres falibles, seres que yerran a cada paso, la poesía es el néctar de los débiles, de los que no saben luchar por lo que quieren y riman sus penas y sus lágrimas con compulsivo afán.
Amor, una vez dicho, es don divino,
pastor de espectros, vigilante alerta
de cada juramento, de toda pasión,
que se anida en el corazón vibrante
de cada hombre que allí se sació.
Amor es el instante eterno
en que las almas se bañan
en los montes del Olimpo,
para ser carne y ser flama
por los tiempos de los tiempos.
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