En una lejana región, vivía un joven adolescente, dotado de una belleza inigualable. Era el hijo amado de un jefe de ladrones y tenía una reputación execrable. El joven mentía, robaba, mataba y era incapaz de sentir compasión. Pero todos conocen el efecto que la belleza produce; es comparable a la fuerza del agua que orada las piedras para imponerse a los mortales y a los dioses. Cuando las mujeres lo veían se les llenaba el corazón de amor y deseo.
Cierto día un guerrero, famoso por su valentía, fue a consultar al sabio del lugar muy angustia¬do. Contó que estaba preocupado porque su mujer -en sueños y después de haber estado entre sus brazos- pronunciaba el nombre del efebo. Le preguntó:
— ¿Qué debo hacer para satisfacer los anhelos de ella y quitar de sus sueños al joven malvado?
El sabio, que tenía una idea muy pobre de lo que significa la mujer, le respondió:
—Sé que las mujeres nunca serán comprendidas totalmente por los hombres. Es un designio del Creador. Yo aconsejo no preocuparse demasiado por este hecho y considerarlas como frutas sabrosas que nos proporcionan placer. Además, ¿a quién se le ocurre pensar que serían más sabrosas si supiéramos que están contentas?

No sé qué actitud adoptó el guerrero pero después de muchos años me enteré que el sabio a quien había ido a consultar, fue envenenado por su amada y todo lo que había predicado entre los hombres, inmediatamente cayó en el olvido. Si alguien quería recordar algo de su pensamiento lo único que suscitaba era una burla indulgente. Tal es el desprestigio en que caen algunas ideas cuando su mensaje no es justo.