En aquella sombría y fría mañana invernal ocho oficiales reales sin el menor ánimo de abandonar sus cómodas moradas, repasaban por su mente que hoy tendrían una solemne sesión especial, por la presencia del Visitador del Virreinato.
Un par de meses atrás la provincia había tenido el peor padecimiento de enfermedades y por consiguiente la peor hambruna de su historia que ocasionaría la muerte de más de cien almas; noticia que llegó a oídos del Virrey, y por consiguiente mandaba a tener noticias detalladas del suceso a su mejor hombre de confianza, el escrupuloso y estricto Visitador don Pedro de Escandón.
Abogado de profesión, Procurador del Reino y conocedor de aquella enorme provincia conocida como Tierra Adentro, don Pedro (había llegado dos días antes, no enterando de ello al Alcalde. Decidió caminar por aquellas estrechas calles y hacer indagaciones de la reciente tragedia, fue así que logró charlar con el cochero, el mercader, el barbero, el policía, el panadero, el galeno, el boticario), llegó puntual a la sesión y consiguió observar con detenimiento la llegada de cada uno de los integrantes de aquel sexagenario cabildo.
Previamente había sugerido al secretario, pasar por alto su presentación solemne y obviar los protocolos del caso, para que de inmediato le cedieran la palabra. Los rayos del sol se filtraban tímidamente en aquel antiguo recinto oficial creando una atmosfera gaseosa y sombría, tratando de desvanecer aquella frialdad dentro de aquel espacio oscuro.
“Reciban un cordial saludo de vuestra majestad Carlos Francisco de Croix, virrey de la Nueva España, el cual lamenta profundamente las pérdidas de vida de los pobladores de esta provincia y se adhiere con los familiares de los hoy occisos, los cuales recibirán toda la ayuda necesaria del virrey.
Sin embargo, vuestra majestad tiene la percepción de que todo esto no hubiera sucedido si se hubiera actuado de manera pertinente y eficaz”,
Pronunciadas estas palabras, los ocho oficiales reales incluyendo al Alcalde, pusieron la atención debida.
“Por lo anteriormente expuesto, -y sacando los papeles oficiales que cuidadosamente llevaba en una alforja-, nuestra Ilustre majestad el virrey ha determinado suspender de sus funciones al señor Alcalde, al Procurador, al Fiel Ejecutor, y al Alférez Real”.
Pasmados se quedaron estos cuatro personajes, que no daban crédito de lo que acababan de escuchar, no parecían ofendidos sino desconcertados.
“A los cuatro regidores restantes, el señor virrey ha determinado que asuman de acuerdo a su antigüedad los mismos puestos antes citados en ese mismo orden”. Así lo proveyó, mandó y firmó. Carlos Francisco de Croix, Virrey de la Nueva España.(Rúbrica).
El silencio fue abrumador en aquel recinto.
Todo había sido muy rápido, al concluir nadie acompañó al Visitador como aconsejaba el protocolo, quien con paso sereno se dirigió a una taberna que previamente había visitado el día anterior. Los bebedores ocupaban la barra, echó un vistazo circular, hasta encontrar una mesa vacía. Ordenó un vino tinto de cierta forma para celebrar su misión. No se dio cuenta cuando un lugareño se sentó en una mesa contigua, ¿Es esto políticamente oportuno, señor Visitador?, al darse cuenta que la pregunta iba dirigida a él, contestó: los cambios de lugar suelen ser buenos. Su interlocutor agregó, los pueblos no son tan cambiantes como un río, la vida es más lenta y apacible. Eh allí el error, buscamos que se actúe de manera rápida y enérgica ante una contingencia para evitar desgracias, respondió el funcionario. Su interlocutor se quedó callado. Fue apenas un instante. Ojalá pueda usted quedar en paz con su pobreza de miras, tenga cuidado al partir. Y aquel incógnito personaje salió de aquella lúgubre taberna.
Así concluyó aquel lunes irrepetible y trágico para algunos. Ya era de noche cuando sólo se escuchaba los golpes de los cascos y las sacudidas de las ruedas sobre los adoquines, de aquel sobrio carruaje del reino que con sus dos vertiginosos corceles se alejaba pendiente abajo del lugar, llevando a un forastero que sentía aguijones en la espalda y un largo y molesto zumbido en las sienes.
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