Tomada la resolución de seguir en las rutas, no vi la vuelta atrás en aquel camino. Y tanto es así que mis nuevos amigos me empezaron a llamar así, como reza el título.
El mundo empezó a ir a lo suyo al unísono que los antiguos camaradas hicieron también lo propio. La única diferencia, en su sustrato profundo, consistía en que las conversaciones filosóficas dentro del raudo vehículo desaparecieron.
No se trataba de que uno dejara de plantearse cosas, tanto dentro como fuera de aquella ballena del nuevo Jonás en que uno consistía, sino que tales planteamientos empezaron a no obtener respuestas.
Ni que decir tiene que los viejos compañeros no desaparecieron como por ensalmo de la noche a la mañana. Seguían estando, nada más que a lo suyo. Quedábamos algunas veces- cada vez más espaciadamente. La única diferencia, en suma, radicaba en haber cesado las visitas a la capital- las visita conjuntas a las macrodiscotecas de aquella ruta, que se estaba haciendo, por otra parte, famosa en el país entero. Pero los echaba de menos en el 127 de tapicería atigrada, hasta el punto que la ausencia de sus bromas me producían el incómodo efecto de tener que enfrentare a mí mismo, a quien uno realmente era, por aquellas negras y solitarias carreteras.
La alternativa se empezó a hacer estrecha: era lo anterior o tunear el bólido. Y como ya se contará no fue lo primero que fue lo segundo.