Un domingo que me atraviesa entre bocanadas de aire que me impulsan a la vida. Un domingo de labios rotos y de corazones abiertos en el desván de los estamentos inciertos.
Nunca fui agradecida de nada, nunca sentí la necesidad de agradecer los pedazos de destino que me habían tocado, ni de brindar por la tortuosa cruz que cargaba sobre mis hombros.
Nunca tuve mamá ni papá, no tuve la seguridad de la fortuna porque la vida me tomó por el cuello y le tuve miedo mientras que la muerte se burló de los harapos que vestían mis carencias. Hice de ésta una aliada, hallé en ella la puerta de salida en mis años precoces de infancia.
Yo siempre quise irme pero la vida me retenía con fuerza , presionando sobre mi pescuezo y ¡Joder, qué dolía!
El amor proyectado en la inestabilidad de las emociones, el abandono temprano, el dolor que se adhiere al alma cuando a él te has entregado.
Pues bien, te diré querido lector, que viví sin nadie a mi lado y con el universo lejano, sobre la cien desintegrando, sobre la abstracción de la imaginación que sufrieron al crear mis manos.
Tuve miedos, fueron años de penurias y de tormentos perversos. Presentí la rareza en la prolongación de mi vida, y me encerré en la habitación en donde habitó la soledad que todo lo invadía.
Es domingo y ya moriré con los recuerdos que me desbordan al Ser en la contracción de lo revivido.
Es el sufrimiento un periplo para la humana razón que nos ha servido para absolutamente nada, hemos hecho de la humanidad un festín de frivolizaciones vulgares y baratas.
Es domingo y te llevaré en mi sentimiento, te albergaré en la clandestinidad de mi pensamiento aunque la necesidad de resistir, en las profundidades de lo que fuimos, se haya extinguido.
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