Cuando despedimos de soltero al José - Mary ya pensaron no volver más. Fue una ceremonia sin formalidades pero marcó nuestra despedida en común de aquellos ambientes.
Para la ocasión no se hizo nada especial. Los mismos cinco- que como Jonás en la ballena íbamos en el derrengado 127-, arribamos aquella noche a la macrodiscoteca. Llegamos a Puzle alrededor de las once y media, dispuestos a completarlo con la última pieza que representaba nuestra experiencia y presencia.
Nadie reparó en ello, pues no habíamos adornado de aditamento alguno que pudiera poner de manifiesto aquella despedida doble.
Las mismas bebidas analcohólicas y parecido afán. Sin embargo, una sensación de tristeza nos invadía. Hay que tener en cuenta que allí y en aquel momento estábamos sepultando de alguna manera nuestra juventud.
En adelante sería lo que fuera pero empezaba un camino en el que también había que introducir una pieza nueva: la de la responsabilidad.
Uno, a diferencia de José María, no pensaba casarse. Lo tenía decidido. Quería continuar libre, y en cierto modo seguir como hasta entonces.
Me entristecía también pensar que en adelante sería yo quien habitara las entrañas del seat con la sola compañía de las cintas de casete que habíamos oído una y otra vez, y los ecos de sus risotadas que por allí reverberarían.
Pero poco más.
Me pareció justo. No pensaba interponerme entre ellos y sus deseos de estabilidad familiar.

Con todo, me gustó, sin embargo, descubrir, que a fuerza de constancia, durante todos aquellos años de discreción, formalidad y decoro, y por no se sabía bien qué efecto, había adquirido el don de la invisibilidad.
Lo importante que es sembrar.