IMBORRABLE
Ahora, en este atardecer a la orilla del mar, cuando la luna apenas se insinúa en el horizonte y el astro rey al despedirse va dejando una estela purpura sobre la inmensidad del océano como huella de dolor. Cuando las gaviotas golpean el paisaje con su aleteo en pleno vuelo, como blancas manos que desde las alturas parecen despedirse para buscar donde guarecerse, en un refugio que nadie conoce, solamente ellas.
Aquí y ahora, caminando por esta solitaria playa donde se atesora la impronta de tu juventud que hiciste mía. Entre el arrullo de palmeras camino con la pausa natural de tantos años a cuestas, acariciado mi rostro por la brisa que viene cabalgando sobre las indomables crestas de las olas. Deambulo otra vez a solas, escurriéndose entre mis dedos las limosnas de tus promesas de retorno, diluyéndose poco a poco en mi memoria la imagen de los contornos de tu cuerpo. Disipados casi por completo tus aromas, tus sabores. Olvidadas las dimensiones de tus profundidades y elevaciones, evocando con infinita tristeza aquellos nuestros poemas y canciones.
Es natural, como dijo el poeta, que mi cariño huérfano de tus besos busque donde estás. Porque la soledad con el tiempo termina por enraizar y el árbol al que alimenta solo ofrezca frutos con sabor a sal. Sí, es natural y, no me lo tomes a mal, que en un atardecer como éste te vuelva a nombrar y vivifique tu recuerdo tan enquistado muy dentro de mí, ya que al fin y al cabo no hay nada en el mundo que te borre a ti.
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