-¿Si?- Hola Raquel, antes que nada debes saber que tengo varias (y poderosas) razones por las que últimamente me molesta el timbre del teléfono en plena madrugada.
Espero ante todo no herir tu susceptibilidad y que por el contrario, sepas entender los motivos que esgrimo para ello.
La primera es porque creo que entre tú y yo no hay nada más que hablar y que las cosas han quedado perfectamente claras y en su lugar. Así lo acordamos mutuamente aquella tarde de hace casi siete años, y yo por mi parte he cumplido mi promesa. No te he buscado.
Entiendo que has hecho tu vida, y yo en consecuencia estoy haciendo la mía. (O al menos eso es lo que intento)
Además, apelando a la sensatez y al sentido común, estas no son horas prudentes de llamar a alguien con el pretexto de saludarle. Para todo hay un momento Raquel, para todo, y la noche es para descansar. Así acostumbramos a hacerlo yo, el vecino, el alcalde, y creo que también la inmensa mayoría de la gente, entre la que estoy seguro de tener el honroso privilegio de pertenecer.
Por último, deberías de saber que tus llamadas misteriosas de madrugada han empezado a despertar sospechas en mi mujer. Si... No te lo dije antes pero me he casado nuevamente, y tengo una esposa lo suficientemente cuerda para percatarse de que miento cada vez que contesto el teléfono a estas horas inusuales y le digo que era un número equivocado. Es que no se necesita demasiada suspicacia para notar mi nerviosismo cuando escucho tu voz al otro lado del auricular.
Ahora me mira con ojos inquietos y curiosos hablando en voz baja y auguro problemas nuevamente en cuanto cuelgue la bocina.
Agrégale a todo eso, lo desesperante que resulta para mí tratar de entender tus palabras venidas como desde muy lejos, desde no sé dónde y llegando aquí tan débiles y diluídas. Es casi un suplicio.
...Y aún si todavía te parecieran pocas las razones que ostento para pedirte que no sigas buscándome a horas tan inhumanas, piensa por último en la más simple e importante de todas; y es que los muertos no hablan por teléfono, querida Raquel. Nunca lo han hecho.
Los muertos, o al menos los que yo he tenido el gusto de conocer, descansan y dejan descansar. Se están calladitos y no tratan de complicar la vida de los vivos con llamadas absurdas e inoportunas.
Eso es lo más común y yo a ti te maté hace mucho tiempo ya. ¿Lo recuerdas?
Yo mismo cavé tu fosa y todas las mañanas desde entonces, apenas despierto y lo primero que hago es ir a cerciorarme en el fondo del patio donde te enterré, que no hayas salido a tratar de hacerme la vida imposible otra vez, o ya de menos, se te ocurra delatarme con la policía.
No tengo nada más que decirte. Perdóname que cuelgue y que ya no vuelva a contestar.
Mi mujer ya no cree tampoco en historias de vendedores de seguros molestando a estas horas y yo no puedo atender llamadas impertinentes de difuntos cuando mañana hay tantas cosas por hacer.
Entre otras, levantarme muy temprano como durante siete años llevo haciéndolo para asegurarme nuevamente de que aún sigas ahí, y después como cualquier mortal, irme a trabajar.
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