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Una larga calle. Unos pocos árboles adornaban la acera y el sol iluminaba con sus últimos rayos una parte del camino. No había ni un solo auto, ni un solo insecto ni mucho menos un ave sobrevolando por encima de los edificios; únicamente dos almas solitarias en cada extremo de la calle.

Bajo la sombra caminaba él, contando cada línea de la acera. Las manos en los bolsillos y a paso lento andaba. Sin preocupaciones, sin estrés y sin un destino. Una camisa, un pantalón, unos zapatos, unas gafas y una risueña mirada.

En el otro extremo de la acera, ella se encontraba bajo el sol. Una caminata larga y un poco apurada la hacían transpirar. Una gota caía lentamente por su frente; esta bailaba lentamente por un lado de su mejilla hasta el cuello. Una corta falta, una blusa, un libro y una hermosa sonrisa la acompañaban en su viaje.

Provenían de dos caminos totalmente diferentes, dos almas que, tal vez, nunca se hubiesen podido encontrar; sin embargo, allí estaban a solo unos metros. Dos personas muy diferentes. Una simple coincidencia o, ¿quién sabe?, quizás un suceso ya escrito.

Él alzó la mirada y la vio allí; ya no eran unos metros, sino centímetros. Tropezó con su pie izquierdo, perdió el equilibrio y cayó sobre ella.

-¡Qué tonto! ¿Qué hago? ¡Ayuda! ¿Algún extraterrestre que me quiera secuestrar? – pensaba desesperado, mientras caía en cámara lenta sobre la dulce chica. La vergüenza abordaba su ser.

Ella apartó la mirada de su adorado libro. Gran sorpresa se llevó; un chico estaba tirándosele encima. Solo atinó a gritar. Los dos cayeron al suelo, uno encima del otro; las gafas y el libro volaron, y las dos miradas se cruzaron.

¡Qué ojos tan bonitos! – pensó ella sin notar la desaparición de su libro ni la situación en la que se encontraba. Luego, se sonrojó. Él, por otro lado, no sabía qué hacer; se levantó y le extendió la mano.

¿Estas bien? ¿Hay algo en que te pueda ayudar? – dijo él avergonzado, sosteniéndola de las manos.
Estoy bien. ¿Un café?- respondió ella roja como un tomate, pues tímida era y jamás había realizado una invitación tan atrevida, mientras sostenía la mano de aquel chico. Sin embargo, algo le decía que debía hacerlo.

Conozco lugar; sígueme. – respondió nervioso y muy entusiasmado, dado que nunca en su vida había visto una chica tan bella, mientras la ayudaba a levantarse. - “¡Qué manos tan suaves!”- pensó en ese instante. De alguna manera, sentía que la conocía.


Así empezó a narrarse un párrafo ya escrito desde antes de conocerse. La más hermosa “casualidad”.

Texto agregado el 06-12-2016, y leído por 225 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-12-2016 Un texto tierno y hermoso que atrapa y convence. Rubalva
06-12-2016 Un buen trabajo, excelente narración, más de algun lector se sentirá identificado al pensar en que las casualidades no existen, bien, me gustó. Saludos desde Iquqiue Chile. vejete_rockero-48
 
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