Amo este trozo del planeta, me apasiona sentir que formo parte de algo mucho más grande e incomprensible. Adoro percibir en mi rostro el frescor de las rafagas de aire que bajan jugueteándo desde las sombras proyectadas por los grandes árboles. Buscando controlar mi desconcierto poso los deseos de mi intranquilo espíritu junto a la hermosura de la naturaleza que silentemente nos rodea.
Jorge Andrés permanece sentado a mi lado con la mirada extraviada. Busca las respuestas en mil pensamientos que extrae desde los últimos acontecimientos que remecen su vida. Observo en su mirada una desdicha que conozco bastante bien. Compartimos distintos matices de un dolor que nos une bajo la protección de mi edén personal. Cada uno bogando su propia miseria en un febril océano de desconciertos.
Muy cerca nuestro un artesano pule un trozo de nudosa corteza de madera. Con finos golpes de martillo y cincel, da vida a unas pequeñas replicas del gran monumento a la familia expuesto en el centro de la plazuela. Los totems serán la delicia de los turistas que visiten las esculturas hechas a mano en la centrica plaza de armas.
En silencio entrelazo con delicadeza la mano de Jorge Andrés, Nuestras miradas se encuentran; y me obsequia una desventurada sonrisa. Sé que comprende que estamos más unidos que nunca, y que no volverá a experimentar soledad alguna, pues compartimos mucho más que un dolor, compartimos rutas de vida.