Dolores Écija y Baena (La cantaora)
Dolores, Lola, nació en pleno Sacromonte granadino en los años setenta en el seno de una familia gitana de las que se podría definir como de toda la vida, por raza, por casta y por tronío.
Su madre Dolores Baena “La Chata” que no se podía decir que se distinguiera precisamente por ser narizotas sino por todo lo contrario, fue una famosa bailaora flamenca que se paso media vida en los tablaos andaluces encandilando a todos con su arte y aun hoy, aunque ya no tenía la figura de antaño, quizá debido a su afición a los bocadillos de tocino, si se le insistía más bien menos que mas, se marcaba unos fandangos o unas sevillanas que daba gusto verlas.
Su padre Manuel Écija Linares “El Pringao” como todo el mundo le conocía, arrastraba el mote desde joven, vaya a saber porque, un cale de los que ya quedaban pocos, era guitarrista, pero no un guitarrista cualquiera, era un guitarrista con mayúsculas que cuanto acariciaba las cuerdas parecía que fueran los ángeles lo que tocaban, aunque según cuentan, los ángeles estaban más especializados en las liras, bueno la verdad es que tocaba como pocos.
Es lógico que con esos antecedentes familiares, Lola se inclinara desde pequeña hacia lo que vivía en casa, el arte flamenco, aunque lo que le tiraba a ella era el cante, el cante “hondo” por supuesto.
Lola tenía una voz prodigiosa, armoniosa, acariciadora, pero a la vez profunda, que le permitía afrontar todos los palos del cante de su tierra así que desde a penas los seis o siete años, se arrancaba por soleares, por bulerías, por fandangos o por lo que le echaran.
Y así, cantando al principio en su casa y en las fiestas de su familia se fue acercando a la adolescencia, momento en que sus entusiasmados padres le introdujeron en el campo profesional que como era lógico, les parecía a ambos lo mejor que podía hacer por su hija, sobre todo teniendo en cuenta sus facultades.
Lola empezó entonces a frecuentar, tablaos, teatros y espectáculos andaluces, causando siempre una impresión enorme en todos los que le escuchaban que salían convencidos que llegaría a ser una gran artista, como así fue muy pocos año después, entonces andaba por los catorce o quince y era una muchachita delgada, muy espigada que ya destacaba por su altura entre las bailarinas que le acompañaban en sus conciertos.
No llevaba ni dos años dedicada en serio a su profesión cuando ya podía seleccionar entre la multitud de propuestas y contratos que continuamente le llegaban, estaba exultante de alegría, su voz era cada vez estaba más completa y perfecta ahora se atrevía incluso con el cante que los expertos consideraban como de los más difíciles, los martinetes que se veía obligada a entonar en todas las funciones, pedidos por el entusiasmado respetable, Lola era muy feliz haciendo lo que más quería, cantar.
Pero, había una sombra en su vida que le tenía realmente preocupada, era su figura, todavía no había cumplido los diecisiete años y ya medía un metro ochenta y ocho centímetros, una altura de por si exagerada para una mujer, pero más notable aun para ella, pues los andaluces no se destacan precisamente por ser muy altos sino todo lo contrario y en el escenario sobresalía sobre todo el cuadro de baile, a todas las bailarinas e incluso a los bailarines les sacaba la cabeza y aunque con el traje de faralaes disimulaba sus largas piernas, era un contraste no precisamente estético.
Pero como cantaba, como cantaba, maravillosamente, la gente que al principio estaba muy atenta a su desgarbada figura, enseguida quedaba arrobada por su voz y olvidaba su larguirucha figura.
Y siguió a la suyo, cosechando aplausos, cantando cada vez mejor y creciendo cada día un poco más, a los veinte años cuando ya estaba en la plenitud de su arte, fue cuando se estabilizo y dejo de crecer, pero media dos metros y tres centímetros, el publico que seguía amándole la conocía como Lola “La Larga” seudónimo que ella acepto como nombre artístico, aunque no de buen grado, incorporándole en carteles y propaganda.
Pero desgraciadamente la altura de Lola, se había convertido en un verdadero problema, afectaba a la estética de los cuadros flamencos, que quedaban desequilibrados ante la patente asimetría entre ella y todos los demás artistas, los empresarios estaban muy preocupados, pues no era muy agradable ver a una mujer, que sí, es verdad, cantaba como nadie, pero parecía en el escenario una campana vestida con volantes, solo se veían volantes y volantes que no acababa nunca y encima un pequeño cuerpo.
Tratando de buscar una solución le aconsejaron que cantara sentada, pero no resulto, perdía potencia, credibilidad y encanto, así que uno detrás de otro, empezaron a volverle la espalda y los contratos antes múltiples se fueron reduciendo hasta casi la nada.
Y Lola casi de la noche a la mañana, dejo de actuar, recluyéndose en su casa, primero disgustada, después triste y finalmente deprimida, casi no salía a la calle avergonzada de sus largas piernas, resignándose a vivir enclaustrada dedicándose en el futuro a no sabía que, ella lo único que sabía era cantar y no deseaba otra cosa en el mundo.
Y así paso un año, hasta que una mañana vino a visitarle el Sr. D. Otto Bessler, un famoso doctor alemán especializado en operaciones correctoras de minusvalías, antiguo seguidor suyo que pasaba temporadas en Marbella y que al enterarse de su apatía venía a proponerle una posible solución.
Le dijo que su exagerada altura venia de un anormal crecimiento de sus piernas, porque su cuerpo desde la cintura para arriba era proporcionado, así que lo que había que resolver era la exagerada longitud de las mismas y que la única solución era someterse a una operación de acortamiento que le permitiera recuperar una estatura normal.
El doctor le advirtió, que la intervención debía ser drástica y que si se operaba era para poder llegar a medir algo así como un metro sesenta y cinco, estatura muy razonable para una mujer y que como le sobraban muchísimos centímetros debería cortarle las piernas a partir de las rodillas y luego valerse de una prótesis en forma de zapatos que él le colocaría.
Lola, no dudo ni diez segundos, necesitaba recuperar su vida, necesitaba volver a los escenarios, necesitaba ser oída de nuevo aunque para ello tuviera que sacrificar sus piernas, se opero y un mes después salió del hospital, andando con dificultad pero alegre de poder ver a sus semejantes desde su mismo nivel y no desde arriba.
Y volvió a los escenarios, teniendo una vuelta apoteósica, pues seguía cantando no como antes, sino mucho mejor, seguramente por la felicidad que le embargaba.
Y ya nadie la repudio por ser diferente al resto de los artistas pues con la falda de volantes no se la notaba su mutilación.
Ahora eso si cambio su nombre artístico, a partir de ese momento fue conocida como Lola “La Muñones”.
Fernando Mateo
Marzo 2016
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