Nevaba suavemente. En la chimenea había trozos de leña encendidos que creaban un fuego acogedor. Mamá y Papá colocaban los adornos en las paredes, las luces por todos lados, las calcetas en la chimenea y el enorme árbol justo en el centro de la casa, coronado con una dorada estrella en la punta.
Era noche buena, la víspera de la navidad, el día favorito de su pequeña hija de 10 años. Cada año, en estas fechas, a la pequeña se le llenaba de alegría el alma. Amaba escoger los adornos y luces para la casa, ayudar a adornar el árbol, que su padre la cargara para colocar la estrella en l apunta, poner las calcetas en la chimenea, beber el sabroso chocolate caliente que su madre preparaba mientras veía el fuego en la chimenea, escribirle una carta a Santa Claus pidiéndole un unicornio, un poni o una muñeca, dejarle su leche tibia con galletas… pero este año era diferente.
Este año no escogió las luces ni los adornos, no ayudó a adornar el árbol ni colocó la estrella, no bebió el chocolate de su madre ni colocó las calcetas en la chimenea, no le escribió su carta a Santa ni le dejó galletas o leche… es más, ni siquiera pareció alegrarse por la fecha. Simplemente miraba melancólicamente la ventana mirando la nieve caer.
Sus padres estaban preocupados. Nunca la habían visto así. Papá se le acercó sin que ella se diera cuenta. Se colocó detrás de ella y la tocó el hombro. La pequeña se volteó y vio a su padre sonriendo.
-¿Qué tienes hija? –le preguntó-. Nunca te había visto tan triste, mucho menos en navidad.
-Nada papá, es solo que…
-¿Es solo qué?
La pequeña suspiró.
-Es solo que ya no es lo mismo.
La pequeña dejó de ver a su padre y volvió a observar la nieve caer. Papá se retiró. Estaba muy preocupado por la actitud de su hija, pero no había nada que pudiera hacer para cambiarla. Además, aún no terminaba de adornar la casa.
Luego de 15 minutos, mamá y papá terminaron con la faena.
-¡Mira como quedó la casa de linda hija! –exclamó papá. Su hija se volteó. Los padres esperaban que la actitud de su hija cambiara al ver la decoración y volviera a ser la pequeña y alegre niña de siempre, a la que tanto querían.
Pero no lo lograron. Antes bien, a su hija pareció no importarle en lo absoluto la decoración; porque la vio por unos segundos y volvió a la ventana.
Luego de un rato se aburrió y estaba a punto de irse, cuando empezaron a aparecer pequeñas lucecitas de diversos colores. Despedían un pequeño resplandor y se movían lentamente. De un lado a otro, de arriba abajo, de izquierda a derecha, sin prisa, lenta y sincronizadamente.
La niña estaba admirada de ver semejante espectáculo. Llamó a sus padres para que también lo vieran.
-¿Qué pasa hija? –Preguntó mamá mientras se acercaba.
-¡Vean, vean esas hermosas luces! –le respondió su hija señalando hacia la ventana.
-¿Cuáles luces? –preguntó papá. Su hija pareció extrañarse por la pregunta.
-¡Esas luces en la ventana!
-¿De la ventana? No vemos nada.
-¿Cómo que no ven nada? ¡Pero si están ahí!
El padre se acercó más a la ventana y entre cerró sus ojos.
-Aun no veo nada.
-¿De verdad? Déjame ver.
La niña pegó su cara a la ventana. Las hermosas luces formaban figuras: corazones, estrellas, caras sonrientes y árboles de navidad.
-¡Ahí están! ¡Yo las estoy viendo!
-Deben estar en tu imaginación.
-Pero, pero…
-Tu madre tiene razón. Pero nos alegra que ya no estés triste.
Su padre le besó la cabeza. Se retiraron y quedó sola. No entendía como ellos no habían podido ver las luces. Tal vez tenían razón y las luces solo existían en su cabeza. Estaba a punto de aceptarlo cuando oyó que alguien la llamaba por su nombre.
-Mery…
-¿Si? –dijo la niña corriendo hacia donde estaban sus padres.
-Nosotros no te hemos llamado –dijo mamá. Mery se sorprendió un poco.
-Que extraño –pensó mientras volvía a la ventana.
-Merry…
Merry corrió de nuevo hacia donde estaban sus padres, pero tampoco la habían llamado esta vez. Regresó más confundida a la ventana que la primera vez.
-Merry…
-¿Quién me habla? –dijo esta vez sin moverse.
-Aquí, en la ventana Mery…
Mery miró la ventana. Las luces formaban 2 ojos y una boca.
-Hola Mery…
Mery estaba asombrada. No podía creer lo que veía.
-¿Q-quién e-eres? –Preguntó asustada-, ¿c-cómo s-sabes m-mi n-nombre?
-Sígueme Merry…
-¿Q-quieres q-que t-te s-siga?
Las luces se separaron y empezaron a alejarse de la ventana. Mery corrió a su cuarto y se puso su ropa contra el frío: un gorro, un abrigo, una bufanda, dos guantes y unas botas. Bajó.
-¿A dónde vas? –preguntóle su madre mientras ella se acercaba a la puerta.
-Afuera –respondió Mery mientras la abría.
-Pero está oscureciendo –repuso su padre. Mery hizo como si no oyó nada y salió.
-¿Dónde estarán? –se preguntaba mirando en todos lados, buscando las luces desde la entrada de la puerta.
-Por aquí Mery…
Mery levantó la vista hacia delante. Un pequeño brillo de colores estaba en la entrada de un pequeño bosque, a unos 60 metros de su casa. Mery corrió hacia ahí. Mamá y papá salieron preocupados fuera de la casa por Mery.
-¡Mery…! –decía su madre ¡Mery…! ¿Dónde estas Mery…?
-¡Ahí está! –dijo papá señalando haca el bosque. Mery ingresó en el.
-¡Mery! –gritaron ambos.
Mery avanzaba siguiendo las luces, que iluminaban el oscuro lugar con su resplandor. Después de un rato las luces se detuvieron. Mery también lo hizo.
-¿Qué pasa? ¿Por qué se detienen?
-Buena suerte Mery…
-¿Buena suerte? ¿Por qué?
Las luces empezaron a desvanecerse. El lugar empezó a tornarse oscuro de nuevo.
-¿Qué? ¿Por qué se desvanecen? –preguntó Mery asustada.
-Adiós Mery…
Las luces se desvanecieron por completo y el bosque recuperó su tono oscuro y sombrío.
-¿Lucesitas? |