De cómo se escapó Napoleón Bonaparte de la isla de Elba
Nadie creo puede dudar, en este momento, de la grandeza de Napoleón que, en poco más de diez años, desde 1804 en que se auto coronó y se nombró emperador absoluto y vitalicio de la república francesa, consiguiendo, casi de inmediato, expandir su país mucho más allá de sus antiguas fronteras, y dominar Nápoles, Italia, Holanda, gran parte de Alemania y, por supuesto España, además de embarcarse en campañas militares contra Rusia, Prusia, Inglaterra y el norte de África.
Gracias a su genio, tanto militar como político, no solo en su época sino muchos años después de su muerte, está considerado como uno de los grandes hombres del siglo XIX.
Pero, como ha ocurrido y ocurrirá tantas veces en el devenir del tiempo todos los imperios y todos sus propulsores, tarde o temprano, llegan a su fin. Y esto es lo que le ocurrió a Napoleón en 1813, cuando gracias a la alianza que formaron Austria, Suecia, Portugal, España, Rusia, Prusia y el Reino Unido su ejército fue severamente derrotado en la batalla de Leipzig. Y, él obligado a renunciar al poder que ostentaba y enviado a prisión a la isla de Elba, a principios del año 1814.
Pero, en Elba solo estuvo prisionero hasta Febrero de 1815 en que consiguió escapar, desembarcando de inmediato en la costa francesa. Para hacerse con el mando del país y reorganizar su ejército.
¿Y cómo fue posible esa fuga estando, tan rígidamente, vigilado por carceleros designados “ex profeso” por los países aliados que le habían derrotado?, parece imposible que fueran tan torpes y tan descuidados.
Pero, todo tiene una respuesta. Y, la verdad es que fue ayudado desde el exterior. ¿Y por quien?; y es aquí donde comienza este relato que nos lleva, una vez más, a admirar su astucia, su capacidad de influir en las personas, su fuerte carácter y la resolución que le adornaban.
En aquellas fechas, ya estaba divorciado de Josefina y se había casado con la archiduquesa Maria Luisa de Austria buscando, sin duda, posibles alianzas de futuro fuera de su país. La archiduquesa era una mujer muy culta, con mucho mundo y poseedora de un porte espectacular, quien aconsejada, o quizá obligada, por su marido, comenzó a hacerle “ojitos”, vamos a camelarle, al embajador francés en EEUU, a Don Louis Barbe Charles Serurier, un hombre poco agraciado, bastante bobalicón e inocente, que seguramente no se había visto en otra y, que fue una fácil presa para la archiduquesa.
Así qué, en muy poco tiempo, consiguió lo que pretendía, manipularle y convencerle para que mediara con los americanos y ayudaran a su marido. A los Bonaparte, marido y mujer, les costaba que el embajador tenía una gran influencia en Washington y era una llave perfecta para lograr lo que querían.
La archiduquesa, con su labia, o vaya usted a saber con qué, consiguió muy pronto que el embajador intercediera y lograra que el presidente americano del momento, Mr. James Madison, aceptara ayudar a Napoleón. Y según se cuenta cuando Don Louis le pidió el favor parece ser que dijo algo así:
“Bueno, ¿y a mí que mas me da?, si en Europa se pasan el tiempo matándose unos a otros, si siempre están peleando por mover unos cuantos kilómetros sus fronteras, ayudaremos a ese Napoleón que dices, ahora eso sí, dile que cuando le saquemos de la isla me tiene que enviar una docena de botellas de champagne, que me han dicho es mejor que la Coca Cola, y le dices que sean Moët y Chandon”
Y eso, fue todo lo que, el buen hombre, pidió por su ayuda. Interviniendo casi a la semana siguiente. Y así, en los primeros días de Febrero de 1815, en una noche oscura, desembarcó en Elba una lancha patrullera con un grupo de marines al mando de un agente de la CIA, que bajaron desde uno de los portaviones de la VI flota que andaba haciendo maniobras por el Mediterráneo.
Y, con la eficacia característica de hombres bien preparados y entrenados, asaltaron la cárcel y depositaron a Napoleón, sano y salvo, en Antibes muy cerca de Cannes.
Bonaparte, cuando supo del acuerdo que, para salvarle, había acordado su embajador con el presidente americano, no pudo menos de decir en público y así se recogió en sus memorias:
“Pero, mira que son inocentes estos americanos y, aunque a mí me ha venido muy bien, ¿quién les mandará meterse en unos líos que a ellos ni les van ni les vienen?, no creo que en el futuro se les ocurra intervenir en mas rencillas fuera de sus fronteras, ni intervenir en los problemas de otros países que solo les producirían disgustos.
Y aunque Napoleón pasó a la historia por su gran astucia y su capacidad de adelantarse a los acontecimientos, sin duda, en ese momento y con esa opinión se lucio y no estuvo nada afortunado al vaticinar cual sería el comportamiento americano en el futuro.
Bueno, el caso es que envió al presidente las botellas de champagne por valija diplomática; cambio al embajador, que se estaba poniendo pesadito con la archiduquesa y se puso a lo suyo, a recuperar el mando del país y a volver a las confrontaciones con las otras potencias.
Pero, para su desgracia, le duró poco, pues en Junio de ese mismo año, cosechó una nueva derrota de nuevo contra los aliados, esta vez en Waterloo, que ya fue el fracaso definitivo.
Y….otra vez a abdicar del poder y de nuevo a la cárcel de Elba.
Y, aunque al principio estaba disgustado, enseguida, pensó que con un nuevo envío de champagne la cosa se resolvería.
Pero, se equivoco, pues en la confrontación, aunque también fue una coalición de naciones, la participación de los ingleses había sido más relevante que en la anterior. Incluso la batalla fue dirigida por un general ingles, el duque de Wellington, y dio la infortunada casualidad de que los americanos acababan de finalizar un conflicto bélico con el Reino Unido litigando por Canadá, que al final se anexionaron, con lo que las cosas no estaban como para calentar las relaciones con los ingleses. Así que, el presidente americano rehusó, amablemente, el envió de un nuevo contingente de marines, cerrando el asunto con una nota que mandó via embajada, en la que escuetamente decía.
“Mi querido Bonaparte lamentamos no poder ayudaros esta vez, quizás en el próximo encarcelamiento en que os veáis implicado podríamos echaros una mano” e incluyo una corta posdata “Además mi esposa Dolley dice que el champagne le produjo acidez”
Y Napoleón se tuvo que aguantar, se acabaron sus conquistas y se quedo encerrado en la isla hasta 1821 en que murió.
Fernando Mateo
Noviembre 2016
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