Desde la puerta de Villa Inmaculada, en la calle Alemania y sobre las dos de la tarde, vi aparecer a un señor que me resultaba conocido. Vestía un traje beige, el de siempre, ya algo raído. Gafas de montura fina, camisa blanca, corbata negra movida… Era mi padre sudoroso que llegaba a casa después de hacer sus “gestiones” bancarias, es decir,de intentar lograr que los bancos le prestasen algo de dinero para poder continuar alimentando a su prole.

Arrastraba los pies y su cartera de mano de falso cuero, pensando en algún nuevo proyecto. Cara inexpresiva.

Yo estaba en la puerta del hogar cuando me percaté de que ese señor, mi padre, me penetraba como un fantasma y continuaba su camino hacia alguna parte. Seguía gesticulando con su brazo izquierdo y desaparecía. Lo mismo que yo en la actualidad. La calle Alemania no es más que una parte del pasillo de mi cerebro, al que cada día me asomo para ver a ese señor con su traje beige aparecer arrastrando su carpeta de falso cuero y su mirada extraviada en ignotos proyectos.