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La tía siempre les repetía: “Tengan cuidado, no hagan locuras, nada cuesta para que los accidentes ocurran ...”

La tía era una mujer de unos 45 años, baja, de piel blanca, rostro de aspecto dulce y bondadoso. Junto con su marido poseían una parcela en Peñaflor y disfrutaba con que sus hermanas y hermanos le confiaran sus hijos para que veranearan todos juntos en la parcela, mientras ellos se quedaban trabajando en Santiago y viajaban los fines de semana a verlos. Esta rutina se repetía año tras año, por los últimos cuatro o cinco, durante los meses de enero y febrero.

La tía era profesora, pero cuando la educación de sus dos hijos pasó a ser prioritaria, decidió dedicarse por entero a ellos, despidiéndose de sus queridos alumnos y volcando toda su energía, firmeza y temple en su familia.

Los sobrinos, seis este año, más los dos hijos de la tía, gozaban con este veraneo. Las edades del grupo iban de los 17 a los 10 años y su actividad diaria, además de devorar cuanta comida estuviese a su alcance, era levantarse tarde, recoger frutas y recolectar moras para que la tía hiciera mermelada para el año, trepar los árboles, ir al río, luego ir hasta la plaza y acostarse tarde.

La tía ponía toda su capacidad y empeño en atenderlos e inculcarles el sentido de familia y normas de disciplina. Después de almuerzo, cada uno tomaba su toalla y traje de baño y en fila se iban despidiendo de la tía con un sonoro beso. Como todos los días, la tía a cada uno junto con el beso le decía: “Tengan cuidado, no hagan locuras, nada cuesta para que los accidentes ocurran, no se metan al agua hasta por lo menos una hora más”.

Esta deliciosa rutina para los sobrinos y extenuante para la tía, se vio bruscamente interrumpida cuando una tarde el grupo de jóvenes regresó a casa poco menos que corriendo. Entre dos de ellos traían a uno casi en vilo, su cabeza estaba cubierta con una camiseta empapada en sangre; esta ya estaba seca, al igual que la sangre que también le cubría parte de la cara.

Entrando a la casa, la tía los vio y casi se desmayó de la impresión. —¿Qué le pasó al niño? —preguntó al grupo corriendo hacia ellos.

El herido, medio sonriendo, le contestó: —Nada tía, no se preocupe, si no es nada —dicho esto se desmayó, siendo afirmado por los otros antes de que cayera al suelo.

La tía, luego de examinar la herida en la cabeza de Jorge, decidió llevarlo de inmediato a la posta del pueblo. Durante el camino, los sobrinos que la acompañaron, le contaron cómo había sucedido el accidente. En la posta luego de limpiarle la herida que tenía en la cabeza y cubrírsela con una gasa, le recomendaron que lo llevara, lo antes posible, a un hospital de Santiago, pues necesitaba atención médica y una radiografía del cráneo.

El esposo de la tía era uno de los pocos afortunados que en esa época tenía automóvil. Llegó desde su trabajo en Santiago alrededor de las ocho de la noche. La tía le contó lo sucedido con Jorge y ambos partieron con él hacia Santiago rumbo al hospital.

Durante el trayecto, Jorge en estado semiconsciente, revivió lo sucedido: “estaban en la poza del río, las voces le gritaban ¡tírate! ¡tírate!; otras le decían, ¡cuidado con la válvula! Hasta ahora ninguno se había atrevido a realizar la prueba, así es que se decidió y se lanzó desde el improvisado tablón; sintió que pasaba limpiamente por el centro de la cámara de auto que usaban de flotador y punto de referencia para la prueba. Luego abrió feliz los brazos para seguir bajando hacia las profundidades, cuando sintió el fuerte golpe contra la piedra del fondo del río. El dolor fue intenso, pero se pudo parar en el fondo, pues la profundidad allí no era más de un metro y medio; salió con las manos sujetando su cabeza. Recordaba la cara de sorpresa y angustia de algunos y tuvo una vaga noción de cuando lo tendieron en el pasto y le dijeron que descansara y que apretara la camisa contra su cabeza”.

En el trayecto a Santiago, el tío le decía a la tía: — ¿Cuántas veces te dije que esta era una responsabilidad muy grande?; ¿qué le dijiste a tu hermana? ¿Y si la herida es más grave de lo que parece? La pobre tía sólo movía la cabeza y acunaba la cabeza de Jorge sobre su falda para que no se moviera mucho.

La tía durante todo el trayecto hasta el hospital sólo se limitó a rezar y a ofrecerle a Dios este sufrimiento; confiada en que su querido sobrino saldría adelante de esta prueba y de las muchas otras que, seguramente tendría en el futuro; pero el mayor consuelo lo tuvo cuando llegaron al hospital, y su hermana se les acercó y antes de hablar con su hijo, la abrazó y le dijo: —Confío en Dios que se salvará, que hiciste lo mejor. No te preocupes.

En el verano siguiente, la tía despedía al grupo de muchachos que salía de la parcela a bañarse en el río con las siguientes palabras: “Tengan cuidado, no hagan locuras, nada cuesta para que los accidentes ocurran ...”

JORVAL 4
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Texto agregado el 15-09-2004, y leído por 854 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
25-12-2007 hijo de puta... anciano de mierda...activa mi cuenta Ciberbaco
10-10-2006 Al fin te encuentro viejo lobo de mar. Me encanto volver a deleitarme con tus aventuras. Tu companera de los sanguchitos, mi correo te lo mando.Carinos,mis cinco y muchos recuerdos. pantera1
20-11-2005 Muy bueno, en especial el final, esa unidad de familia, eso de no buscar culpables por todo y limitarse a mantener la fuerza y las esperanzas frente a las cosas malas que suceden en la vida. Muy bueno. Un abrazo Ikalinen
03-09-2005 Su agradable lectura me trasladó a epocas de mi infancia... . Un abrazo. lilianazwe
18-08-2005 ***** Uno se pregunta: ¿de qué sirve la experiencia, frente a un corazón alocado y feliz?... duckfeet
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