Ahí estaba. Una vez más la oscuridad me arropa, y me encuentro vagando en mis más profundos pensamientos, en mis más profundos sentimientos. No dejo de pensar en cuan cruel es la verdad; vuelvo a sentir hervir mi sangre, temblar mi cuerpo y a mi mente gritar. ¿Cuánta rabia puede soportar el débil cuerpo de una mujer?
Me desperté esa mañana, cargando mi pesado y débil cuerpo, con la esperanza de encontrar consuelo en el pasar del día. No sabiendo que lo que iba a encontrar no era más que desdicha. El inicio de puras desdichas.
Faltaban 5 minutos para que el reloj diera las 6 de la mañana y la sabanas me halaban, como si de una lucha de perder o ganar se tratara, o por lo menos así lo sentí. De mi boca evocaba una pequeña curva y pensaba: “otro día menos”.
Desde muy pupila me encantó escuchar en la radio aquellas viejas propagandas navideñas, así como el cálido aroma a café. Recuerdos de esas mañanas frías en las cuales me confundía con las sabanas vienen a mi mente. Amo el aroma de café, la lectura, la lluvia, el cálido frio y la solitaria soledad.
Ese día me levanté de la cama, moviendo mis piernas como si de dos ramas inmóviles se trataran. “Uno y dos”, enfocándome por colocar primero mi pie derecho en el suelo. No creo en la suerte, pero siempre lo hago, por si acaso. Mientras tanto, mi mente repasaba cada uno de los sueños que mi subconsciente había creado. Por lo general, se sentían muy reales. Trataban de muerte, fantasmas, posesiones demoniacas, y una que otra vez, de amor, de felicidad. Bendito Dios que me regaló el don de tener sueños lucidos.
Mientras que de mi cuerpo rebosaban esas pequeñas gotas frías provenientes de la ducha, no podía dejar de torturarme con cosas del pasado. Comencé a rezar el Padre Nuestro, seguido de un Ave María, para desenterrar de mi mente todas esas cosas. “Dios de salve María, llena eres de gracia…..”. Entonces pensaba en aquel libro que había leído el día anterior, como si se tratara de mí.