Me senté en una silla con la guitarra en el muslo, pisé los trastes con los dedos, indolentes ante la costumbre; y con la otra mano deslicé los vientos para llevar a la orilla del alma la suave marea musical del acorde. El sinuoso sonido llegó a mí como un palpitar de agitación, configurando mi presente en los calendarios muertos y rotos, en los que se guardan las memorias inmortales. Y basta eso, una miserable La mayor a la muerte de la tarde, sobre el techo, viendo las luces que vienen junto con el manto oscuro, para que venga otra vez a mí. Este torrente sanguíneo de agrio y fresco recuerdo me trae delirando, divagando en silencio por los caminos de su vida cotidiana, invisible, como un alma a la que ella reza al morir un cuento. Y espero sea así, una plegaria para un hombre dormido, una plegaria que culmine en su glorioso despertar. Aunque los ojos ya estén casi abiertos.

Puedo vencer al futuro, ten cuidado.