"En estos días todo mi esfuerzo ha estado encaminado a complacerlos. Mi servilismo es involuntario, no quiero morir. Sólo trato de olvidar mis sentidos que es lo que ellos al parecer pretenden. Alguna vez me hablaron de cierta experiencia budista, consistente en impedir que llegue a la conciencia toda imagen, todo olor o sonido. Pero qué soñarán esos expertos. Yo acabo de salir de un comercial de champú en que las muchachas corren por el campo con sus largas cabelleras al viento y yo detrás persiguiéndolas como un pez por un mar de trigo. Ayer (¿?) he querido gritar. Antes de dormirme consideré ese deseo solo un capricho. Cualquiera puede imaginar a quien hubiera llamado. Ahora quisiera desperezarme, restregarme los ojos. Lamento que mis oídos se hayan despertado: me están trasmitiendo los gorjeos del agua derramándose en los baños contiguos.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me tumbaron aquí. Lo primero fue medir la celda con mi cabeza, mis hombros y mis pies, sin necesidad de estirar las piernas. Un paralelepípedo se fue dibujando con extrema pureza en mi imaginación, hasta estallar cuando uno de mis codos reconoció en un rincón un par de zapatos... Me cuesta hacer conjeturas acerca de mi propio destino, a qué hacerlo con el destino de los otros. Uno se acomoda, pierde aprensiones. Ahora me sirve de almohada, conforta mi alojamiento; lo uso como quien usa su fortuna, le niego toda capacidad de exasperación. Por otra parte alguna exhalación es secundaria, no significa nada en este local. Jocosidad íntima que me salva, pero que me trae de nuevo al sonido del agua y a la sed.
Lentamente las ligaduras se van aflojando y comienza a ser posible pasar primero una pierna y luego la otra entre las muñecas amarradas y, al fin de tantas noches boca abajo, apoyar los riñones sobre las baldosas frescas, apartar la venda de los ojos, meterse un dedo en la nariz."
"No será así, pero vista desde abajo cualquier persona resulta piramidal, con base extraordinaria, como esos muñecos que siempre recobran la vertical. Me asombra la perspectiva tan perpendicular. Las botas naturalmente no entran en el cuadro, salvo que se les ocurra aplastarte la cara, que es cuando el cuadro termina siendo suela. Y cuando el pie hace mutis por el foro, los lagrimales han trabajado tanto que lo que queda es una imagen borrosa, acuosa más bien, en el extremo del trapecio desde donde parte la pregunta, y uno está en inferioridad de condiciones -valga la información- para hablar de lo que quieren, que es poco en realidad, autobiografía no más. Pero la vista se aclara y ellos, por primera vez, están permitiendo que los vea. No sé si se dan cuenta que sus caras están modificando mis respuestas. Me dan ventaja y a lo mejor lo saben. Las voces solamente no alcanzan, casi siempre son antípodas de las caras que las emiten. Si uno ve los rostros del inquisidor, del dueño de la bota, puede saber en buena medida qué cosa siente; si sus intenciones son propias o ajenas. Muchas veces he sentido que se golpean a sí mismos. Nadie puede causar intencionalmente un dolor que no esté imaginando. Con frecuencia bordean el peligro de que me les acabe como juguete. Por exceso de imaginación. Tampoco me ha servido quejarme demasiado, piensan que uno todavía tiene ánimo suficiente para exagerar. Lo mejor parece ser una sumisión seria y naturalmente dolorida, con una pizca de cómo pueden ser tan crueles. pero el final es igualmente impensable. Algo me inquieta: no me han vuelto a poner la venda en los ojos, me han dado un sorbo más de agua."
"Ellos vienen casi todos los días (o noches), abren la puerta y me ven aquí abajo. Yo los oigo llegar porque mis oídos se han exacerbado; o porque hacen un escándalo de cadenas, candados y puertas de fierro. Emerjo desde muy hondo y adecuo mi superficie, hago un inventario de mis defensas. Hasta ahora, siempre he encontrado otro refugio hacia el cual replegarme y en pleno dolor sentirme a salvo. A veces, una bocanada de aire vale por una charla al sol con un amigo, con queso y vino. A esas trincheras me refiero. A los: -Sí señor (¡reputísima concha de tu madre!). Son estos recursos los que me conservan "en estado de sospecha"; no me garantizan la vida en libertad, la prolongan en cautiverio. Ellos vienen, y a veces resucitan mi sed de ser con una patada precisa. Ayer (¿?) me estimularon a comer haciendo puntería en mi cabeza con un pan duro. Lo rompí con el taco del zapato. Me causó repugnancia el espectáculo de mi nutrición. Estaba ya tan lejos de mí que tuve que darme órdenes como por teléfono, tuve que forzar la vista para verme comer. No sé que se sentirá a los cuarenta días de ayuno, mi boca y su función me espantaron."
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Del libro: Carta a un amigo y otros cuentos. Marcos Pierre. Ed. Libros del Sudeste S.A. 2000. La Plata. Argentina
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