MIGUELUCHO
Rugía el estadio, esa tarde, con el extraordinario partido. La multitud, entusiasmada, vitoreaba a los jugadores. Las tribunas, repletas de entusiastas fanáticos vibraban con sus gritos y parecía una primavera multicolor que se mecía con el juego bajo un cielo azul y sin nubes.
Los locutores deportivos transmitían, nerviosamente, las alternativas del partido.
“La pelota en el centro de la cancha. García la toma y la pasa a Torres, éste burla a dos adversarios y los elude magníficamente. Se la pasa a Gutiérrez quien avanza mirando a su derredor. Sigue avanzando a toda velocidad. Tratan de alcanzarlo. Va a disparar. Lo hace.¡ Goool ! ¡ Gooool ! Gol marcado por Gutierrez. ¡ Goooool ! .”
El público, frenético, se levanta de sus asientos aplaudiendo y vitorea al gran jugador. ¡ Gooool !
Afuera del estadio, tomado de los barrotes, se encuentra Miguelucho. Sus pequeños y vívidos ojos miran, ansiosamente, a través de los barrotes tratando de ver, más allá de las murallas, el campo de juego. Con sus manos delgadas y tensas, mira hacia adentro. El retumbar de las galerías ante el gol, lo pone más nervioso. Desea ardientemente que abran los enormes portones de hierro. Sabe, perfectamente que, tan pobre como lo es él, sólo puede esperar el resultado final o, si tiene suerte, puede ver los últimos minutos del partido
Junto a él un joven, con una radio portátil en sus manos, está escuchando las incidencias del partido.
En el cerebro del niño, aún resuena el rugido de la multitud. Miguelucho se acercó al joven y, tímidamente, levantó sus ojos brillando en su cara tostada y le preguntó que quién había marcado el gol. El joven le respondió que Gutierrez y los ojitos del niño se iluminaron con una no disimulada felicidad.
“Ya sabía ”, dijo, “ sólo él podía hacerlo ”. Luego miró la radio y continuó escuchando. Su ídolo ha tomado la pelota nuevamente y avanza hacia el campo contrario. Elude a uno, a otro, y corre hacia el arco contrario.
El pequeño Miguelucho retiene el aliento y ansiosamente espera el lanzamiento final. Durante algunos segundos la angustia presiona su pecho, se siente viviendo el partido. Siente, con su sangre hirviendo en sus venas, el esfuerzo de su ídolo y lo alienta desde la distancia.
“Dispara y gol. ¡ Gooool ! ”.Nuevamente Gutierrez. Gutierrez es el autor del tanto. ¡ Goooool !. Escucha el grito del locutor deportivo y Miguelucho salta, cómo un resorte en tensión liberado, de alegría. Ya el partido está prácticamente ganado porque restan sólo cinco minutos y hay una diferencia de dos goles.
Lleno de expectación, corre a las puertas del estadio que están siendo abiertas por donde podrá entrar a contemplar los últimos minutos de juego
Con sus pies descalzos y su camisa raída, rápidamente se abalanza a las galerías. Salta, ágilmente, los escaños de la escala de piedra y ve el verde campo en donde 20 figuras corren tras una pelota.
Con sus ojos ansiosos mira el césped para ubicar a Gutierrez, su ídolo, y ya no aparta más la vista de él. El niño grita y se agiganta entusiasmado, grita y le anima con su voz clara y cristalina, sin importarle la gente que tiene a su alrededor.
El árbitro está terminando el partido. El niño, parcialmente siente pena, pero, por otro lado, su corazón está rebosante porque su equipo ha ganado, porque el equipo de Gutierrez ha ganado. Ha ganado con los goles convertidos por él.
El estadio, lentamente, va siendo abandonado y el público va saliendo, como una mancha de aceite, en busca de las puertas del estadio. Todos comentan las jugadas, todos hablan del extraordinario jugador, mientras enarbolan banderas y banderines de su equipo.
Atrás, sin apurarse, observándolo todo, disfrutándolo todo, va Miguelucho complacido, escuchando los comentarios. Luego, afuera, sentándose solo en la vereda, juega con unas cáscaras de naranjas esperando, pacientemente, la salida de su ídolo. Mira, a través de los barrotes, hacia los camarines que aún no han sido abiertos. Con un pedazo de papel hace una pelota y juega con ella, solo, chuteándola con sus delgadas y oscuras piernas. Escucha un clic metálico y, cómo un relámpago, se da vuelta a mirar.
“Ahí vienen y con ellos viene él ”,murmura el niño para sí. Sus ojos brillan como antracitas. Se sienta en el suelo, de nuevo y se canta, indiferente, cuando los jugadores pasan por su lado. Gutierrez está conversando y riendo con dos de sus compañeros. Mira al niño sentado y le sonríe. El niño no separa sus ojos de su ídolo hasta que éste se pierde en la distancia.
Se levanta y corre hacia su casa llevando en su retina los sueños de una tarde deportiva. Les contará a sus amigos de la población acerca del partido y como su ídolo marcó los dos goles. Su rica fantasía le hará revivir momentos inolvidables, deleitando a sus compañeros de juego. Les mostrará la forma en que Gutierrez tomó la pelota y corrió entre los jugadores contrarios. Su imaginación le hará revivir el partido con toda su realidad.
Los miércoles y los viernes, son los entrenamientos y Miguelucho se sienta a ver pasar a los jugadores. Luego se va a un potrero contiguo y, con una pelota de trapo raída, se imagina estar en un estadio lleno de gente que está atenta a cada uno de sus movimientos. Mira a la multitud y sonríe, luego mueve sus manos saludándolos y empieza a avanzar con la pelota. Su mente le hace imaginar, vívidamente, que él es el locutor deportivo describiendo el partido a un costado de la cancha.
“García toma la pelota. Hace un pase preciso a Gutierrez. Este avanza unos metros, levanta la cabeza y ve a Miguelucho. Le pasa la pelota y Miguelucho, con la pelota, corre por el centro de la cancha. Enfrenta a uno, dos, tres jugadores. Los driblea y pasa a todos. Ahora está frente al arco. Va a disparar. Lo hace. ¡ Gooool ! ¡Goooool ! Gol marcado por Miguelucho ¡Qué jugador más extraordinario ! ¡ Sólo puede ser comparado con Gutierrez! ¡ Gooool ! ¡Gol de Miguelucho. ¡ Qué gran figura en el campo de juego !.
El niño toma la pelota raída y la coloca a doce pasos de un arco imaginario.
“Se va a servir un penal ”, continúa Miguelucho locutor, “ como siempre lo ejecutará Miguelucho. Todos sabemos de su habilidad en estos lanzamientos. Uds. podrán apreciar que este gran jugador no muestra ningún signo de nerviosismo. Está muy seguro. Está listo parta disparar. El estadio espera en silencio. Dispara. ¡Goooool.! ¡ Gooooool !
En los oídos del niño resuenan los gritos de una multitud enardecida, fanática, que entusiastamente lo vitorea. Levanta sus delgadas manos para saludar a sus febriles admiradores imaginarios. Luego, se recuerda que el entrenamiento va a terminar y decide finalizar su glorioso partido. Mira su reloj imaginario y hace sonar un pitazo final, también imaginario.
Durante algunos momentos, él ha sido jugador, público, locutor deportivo, árbitro y admirador de su propia imaginación.
Toma la pelota y, corriendo entre las malezas, se va a las puertas del estadio a esperar la salida de su ídolo. Por fin le ve venir y se siente
enrojecer cuando Gutierrez le saluda y le palmotea su pelo desgreñado. De un salto se levanta y corre a su casa. Ahora él podrá contar a sus amigos que Gutierrez es su amigo, también. ¡ Cómo le baila su corazoncito agitado en su pecho.!
Había llovido el día anterior y el niño sentía su cabeza acalorada, pero esto no iba a ser impedimento para ir al estadio a ver jugar a su equipo al día siguiente. Como siempre, solamente pudo contemplar los últimos minutos del partido, justo cuando el árbitro estaba consultando su cronómetro.
Cuando salió del estadio, su cabeza le daba vueltas y vueltas y sintió un escalofrío en su cuerpo. Sin embargo. Pacientemente, esperó la salida de su ídolo. Con su pelota raída jugó, nuevamente, otro partido imaginario.
“García recibe la pelota, avanza y se pasa a Gutierrez. Gutierrez mira a sus compañeros y se la envía a Miguelucho quien pasa a muchos adversarios y avanza , resueltamente, al arco contrario. Va a disparar. Mira a Gutierrez. Este le hace un gesto. Dispara. ¡ Gooool.! ¡ Gooool de Miguelucho. Miguelucho y Gutierrez. ¡ Qué pareja!
El niño, rápidamente, se da vuelta al escuchar las risas de los jugadores que habían estado contemplando al pequeño crack, sin que él se diera cuenta de su presencia. Vio acercarse a Gutierrez.
“Eres divertido, niño ”, le dijo, “ me alegra que seas así.”
El niño estaba pálido y deseaba arrancar lo más rápido posible de ese lugar, pero sus piernas estaban como pegadas al piso. Temblaba.
“Si, señor. Lo siento señor.”
“¡Vamos muchacho. Algún día serás un verdadero astro y todos nosotros te vitorearemos y te aplaudiremos. Continúa así y verás que, con el tiempo, eso se convertirá en realidad y tú serás un gran jugador.” Suavemente Gutierrez palmoteó su cabecita de niño y se fueron.
“Sí, señor. Sí señor”. Continuó susurrando en voz baja, inmóvil en ese lugar.
Esa tarde llegó a su casa tiritando de emoción y de frío. Sentía su cabecita en llamas y se fue a su cama en donde se quedó dormido.
En su sueño febril, se movía incansablemente y se daba una y otra vuelta sintiéndose quemar en su lecho. Sentía su cabeza como un remolino y tenía sus labios resecos y partidos
Su madre le contemplaba con sus ojos húmedos por las lágrimas.
“Déjenme. La pelota sale de la cancha. Miren al arquero. No puedo jugar. Sáquenlo. ¡Cuidado, Gutierrez! ¡Eso es foul! ¡No le hagan daño! ¡Cuidado!
El niño movía sus manos tratando de sacar una pelota imaginaria mientras su frente estaba cubierta con gotas de transpiración. Abrió sus ojos que estaban enrojecidos y miró fijamente a su madre.
“¿Dónde está Gutierrez ?”, dijo. Luego cerró sus ojos y se quedó dormido nuevamente.
Su madre le miró en su lecho, incapaz de hacer nada. No tenía dinero para un doctor y su niño estaba ardiendo en fiebre.
El amanecer la encontró sentada al lado de la cama, observando al niño que dormía y que, ahora, se había aquietado un poco. Su padre se vestía silenciosamente, con una mirada amarga y de abandono.
“Cuida al chico, querida. Veré que podemos hacer ”. Le dijo.
Luego besó a su esposa y miró el niño. Se acercó y le besó, tiernamente, en la frente. Enseguida se fue a su trabajo.
Al anochecer volvió la fiebre de nuevo y el cuerpo, convulso y débil, se movía desesperadamente en la cama. Su madre le había dado medicinas naturales, hecha de hierbas caseras que sus vecinas le habían traído, sintiéndose hermanadas por el dolor y la miseria. El niño continuaba febril.
El día del entrenamiento, todos los jugadores llegaron felices a su práctica y Gutierrez, entre ellos, venía con un paquete en sus manos. Lo puso en el armario, se vistió y salió al campo de juego.
A la salida no vio al pequeño Miguelucho a quien estaba acostumbrado a ver sentado a las puertas del estadio. Ni tampoco lo vio en el entrenamiento siguiente. Sus compañeros se burlaban amistosamente de él. Cuando buscaba, con la vista, al niño.
“Se fue tu crack, Gutierrez ”, le decían sonriendo.
“Tu gran goleador no va a volver, hombre.”
“Tú lo asustaste, Gurtierrez. Lo asustaste de verdad!”, y sonreían.
“No sean tontos ”, replicaba Gutierrez.
Un día, lo encontró sentado a la puerta. Estaba delgado y pálido. Había sombras de azul oscuro alrededor de sus negros ojos. Las pupilas de Gutierrez brillaron al verle. Se acercó a donde estaba el chico que miraba, avergonzadamente, el suelo. Se arrodilló a su lado y empezó a conversarle.
“¿Por qué no habías venido, muchacho? ” Preguntó
El niño mantuvo la vista en el suelo.
“ Estuviste enfermo,¿verdad? Se te nota en tu carita ”.
“ Sí, señor. No me dejaban venir, pero ahora estoy bien y por eso estoy aquí ” Sonrió
“ ¿Cómo te llamas?. Le preguntó
“Miguel Cortés ”, contestó el niño, pero UD. puede llamarme Miguelucho, cómo me llaman mis amigos ”.
“Ven, entonces, Miguelucho ”, le dijo tomándole su pequeña mano.
El niño casi no podía mantener tanta emoción. Sus mejillas estaban rojas y su corazoncito, jubiloso, palpitaba aceleradamente.
Pasaron las puertas del estadio y fueron, rápidamente a los vestuarios.
Cuando abrió la puerta, sus compañeros levantaron la vista mientras se vestían.
“Aquí está el crack ”, dijo a modo de saludo. Luego abrió su armario y sacó el paquete que muchos días antes había puesto ahí.. Lo desenvolvió. Había un juego completo de fútbol de su equipo de la talla del niño.
“Esto es para ti.”
El niño miraba extasiado ese regalo tan maravilloso que tenía en sus manos. Creía y no creía. Era una realidad exquisita e increíble.
Le ayudó a vestirse y salieron al campo de juego. Miguelucho rebosaba de felicidad ante ese hermoso sueño que estaba viviendo. Se imaginaba la cara de sus amigos de la población cuando le contara todo lo que había sucedido.
El niño estaba feliz, alegre, en sus nuevas vestimentas y llevando una pelota nueva en sus manos. Se miraba la camiseta. La camiseta de su EQUIPO, los pantalones, las medias, sus zapatos de fútbol y sonreía con lágrimas en los ojos.
“Desde ahora, en adelante, tu estarás con nosotros en todos los partidos”, dijeron los compañeros de Gutierrez, uniéndose al generoso gesto de ese gran jugador.
El entrenador les miró complacido y les dijo que él trasmitiría el partido.
Se alinearon en el campo de juego y un jugador le ofreció su puesto por un instante. El jugador se fue a un costado de la cancha, junto al entrenador que les miraba. El niño, ahora, de verdad, estaba tomando parte.
“García con el balón, se la pasa a Martinez. Martinez a Gutierrez . Gutierrez avanza. Corre por el centro. Ve a Miguelucho. Le hace un pase. Miguelucho pasa a uno, a otro. Va a disparar. Lo hace. ¡ Goooool !, ¡Gooool ! de Miguelucho.!
|