El engaño sufrido por la reina Isabel la Católica y lo que motivó
Posiblemente muchos lectores se pregunten, ¿pero quién podía haber engañado a la católica reina Isabel de Castilla?, y ¿qué consecuencias históricas podía haber tenido ese supuesto engaño?, y sobre todo ¿porqué no se han nunca aireado este suceso?
La respuesta es sencilla y, fácil de comprender la razón del silencio cuando se conozcan los hechos tal y como ocurrieron.
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Corría el año 1480 y los reyes Isabel y Fernando, que hacía ya más de diez años que se habían desposado y que vivían unos momentos complicados; la unificación y pacificación del reino, los problemas con los levantiscos varones, las difíciles relaciones con el papa Sixto IV, la complicada convivencia con los judíos, la preocupación por el futuro de sus hijos, (tenían cinco), sobre todo de Juana que ya apuntaba rasgos de locura y los disturbios fronterizos con los musulmanes del reino de Granada, no les dejaban ni un momento de sosiego.
Y, aunque, eran unas tareas compartidas el estrés y la tensión se hacía más evidente en Isabel por ser la más ambiciosa o quizá la más inteligente de los dos, que en Fernando, que aunque preocupado vivía más relajado y pensaba más en los goces de la vida que su santísima esposa, quien a sus múltiples preocupaciones agregaba la del temor de Dios. Y, justo esa fue la razón de que pasara lo que pasó.
A Fernando que andaba por los treinta años, que era un buen mozo, en plenas facultades físicas y con notable éxito entre las damas de la corte, el cuerpo le pedía con mucha frecuencia, pues eso.., vamos lo normal a su edad; razón por la que con cierta periodicidad se acercaba a su esposa demandándole lo lógico en un matrimonio aun joven, pero….. Isabel estaba en otra onda, ella era Isabel la Católica, aunque aun no la llamaran así y, sus creencias y religiosidad le impedían responder al rey como él esperaba.
“Mi reina y señora“, muchas noches le decía Fernando, “¿qué os parece si hoy voy a vuestras habitaciones y…bueno ya sabéis?”.
Pero Isabel, siempre temerosa de pecar, le contestaba más o menos lo mismo variando, solo algún detalle, según la fecha.
“Fernando estáis loco, ¿acaso no recordáis que la semana pasada fue miércoles de ceniza y que ha empezado la cuaresma y, es de buen cristiano guardar abstención carnal durante los siguientes cuarenta días?”
“Pero, ¿estáis segura, tanto tiempo, no son cuarenta muchos días?” susurraba el rey.
“Como si fueran cien, lo primero es lo primero y yo no pienso pecar”, contestaba Isabel.
Con lo que el soberano se retiraba frustrado y triste esperando el paso de los cuarenta días, para probar de nuevo; pero, se equivocaba.
Pues después de la Cuaresma, Isabel le informaba que estaban en la Semana Santa y…. nada, luego en la Pascua, que comenzaba el domingo de Ramos y duraba cincuenta días hasta Pentecostés, y nada… , y más adelante el Adviento que se iniciaba cuatro semanas antes de Navidad, y… tampoco. Y así una y otra vez, siempre había unas fechas en las que Isabel consideraba pecaminosa cualquier alegría corporal y, si Fernando insistía y sugería saltárselas, la católica Isabel tenía la adecuada respuesta.
“!Ay! Fernando, me estáis desilusionado, vos sabéis que todo acto carnal que no esté encaminado a la procreación es fornicio y el fornicio es un pecado castigado duramente por la iglesia, por Jesus sacramentado os pido que no me atosiguéis mas”
Y, que iba a hacer el pobre soberano, pues en principio aguantarse y al cabo de cierto tiempo, buscarse una expansión.
Así que un día, se “expandió” y le dijo a su augusta esposa que había pensado irse ese fin de semana a cazar a la sierra de Cazorla, quería oxigenarse y pasarlo tranquilo en el campo y, que prefería irse solo, pues ella tenía muchos trabajos en la corte.
“Perfecto” le contesto Isabel, “y trata de calmarte un poco y no obsesionarte con pensamientos lujuriosos”, agregó.
“Seguro, seguro” le contesto él sonriendo.
Y así cada tres o cuatro semanas, Fernando se “expandía” y hacia una escapadita a Cazorla alojándose en el palacio que su gran amigo don Diego de los Cobos tenía en Úbeda.
Isabel estaba muy contenta al ver lo risueño y relajado que volvía después de haberse “expandido” y, solo en una ocasión le dijo, “pero, ¿porque no te vas a cazar a los montes de Toledo que están más cerca?”
“No, no prefiero irme a Cazorla, que allí me “expando” muy bien y, disfruto mucho más”, le contesto un poco colorado.
Y paso el tiempo y, claro, al final paso lo lógico en estos casos. Un día la marquesa Beatriz de Bobadilla, una de las más intimas amigas de la reina, muy misteriosa, le dijo:
“Isabel, odio decírtelo pero alguien lo tiene que hacer, me he enterado que Fernando no se va a cazar, bueno si, pero solo caza una pieza, porque lo que vuestro esposo tiene un lio, me han dicho que una embozada, parece ser que mora, entra en el palacio en cuanto él llega y no salen en todo el tiempo ni para cazar ni para nada”
Isabel, se calló y reacciono, como era lógico en ella, buscando a su confesor, a fray Luis de Talavera al que le conto lo sucedido y le pidió consejo.
Y el confesor, hombre templado y conocedor del mundo le calmo diciéndola:
“Hija mía, no te puedo decir que apruebo la conducta del rey, es más, la considera pecaminosa, pero señora debéis de tener en cuenta que los hombres son muy distintos a las mujeres, los hombres necesitan a veces dar salida a sus más profundos deseos y fuertes instintos, necesitan “expandirse”, yo mismo sin ir más lejos a veces…..perdón, disculpad, que se me ha ido al santo al cielo”.
Y continúo algo azorado.
“Creedme es preferible que se desahogue con otra mujer, quizás una barragana, mejor que cumplir sus soeces y oscuras inclinaciones con vuestra augusta persona, mancillando, tal vez, vuestro sagrado cuerpo depositario de un alma que podría ser dañada”.
Y siguió.
“Os aconsejo que hagáis como si no lo supieras y, así os evitareis el escándalo y de paso que el Santo Oficio se entere”
Y así, lo hizo y aunque indignada, atendiendo a sus responsabilidades políticas y considerando que era lo mejor para su espíritu, se aguanto.
Pero…, lo peor no había llegado. No había pasado mucho tiempo, cuando una tarde, esta vez fue su ayuda de cámara Doña Maria de Guzmán la que la vino con el cuento.
“Mi respetada y querida reina, vos sabéis que para mi sois mas una hermana que una soberana y, que preferiría la muerte antes de veros sufrir” comenzó a decirle, ante la palidez de Isabel; que se temía un nuevo disgusto.
Y continuó.
“Majestad es ya de todos conocida la identidad de la persona con la que vuestro esposo pasa la veladas en el palacio de los Cobos y, no es una mujer, se trata de Boabdill el rey de Granada y sultán de Al-Andalus, que al parecer se ha enamorado de vuestro esposo y se desplaza hasta Úbeda que, como sabéis, es fronteriza con su reino”
Aunque la reina casi se desmaya, tuvo fuerzas para buscar de nuevo a su consejero espiritual, a su fraile de cabecera, a Hernando de Talavera, que esta vez no estuvo tan benévolo como la anterior.
Gritando de inmediato y atropellándose las palabras.
“¿Como decís mi señora? ¿que mi rey, nuestro rey ha caído en el pecado nefando? ¿que peca contra natura, que practica la homosexualidad? ¿y, que se sodomiza con un sarraceno?”
Interrumpiéndose, debido al sofoco que le embargaba, para continuar cuando de nuevo pudo respirar.
“Mi reina, ¡es imprescindible!, ¡es necesario!, digo más, ¡es mandatorio!, que se ponga fin a esta vergüenza y, agregó, y debéis ser vos, por la salvación de vuestra alma, la que resuelva el entuerto, si queréis, como no dudo, ver alguna vez al divino creador al final de vuestros días”
La pobre Isabel asustada por las terribles palabras del prelado y atemorizada por sus amenazas y por las consecuencias que podría tener para su vida en el más allá, no dudo ni un momento en tomar una crucial decisión.
Tenía que eliminar inmediatamente al maldito nazarí, al infiel musulmán llamado Boabdill, un no creyente, un enemigo de la cristiandad, que debía haber ya ardido en la hoguera purificadora y, que estaba pervirtiendo a su marido.
Y en ese mismo momento, año 1482, no dudo en comenzar una dura ofensiva contra el reino de Granada, para apartar a su Fernando del pervertido Boabdill (estaba convencida de que su marido había sido víctima de las manos artes que, sin duda desplego el árabe, quizás hechizándole con algún misterioso brebaje),
Y esa fue la verdadera razón de la conquista del Al-Andalus de la expulsión de España de los musulmanes y, de su sultán a la cabeza, tarea que la llevo diez años, pero que terminó con éxito. Resolviendo al mismo tiempo la infidelidad de Fernando y el incordio que suponía el imperio de Al-Andalus.
¿Y quién sabe?, quizás si el rey católico no hubiera tenido esa debilidad, a lo mejor Andalucía estaba aún en poder de los árabes.
Fernando Mateo
Noviembre 2016
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