MI TERCER OFICIO Noviembre de 2016
Luego de mi breve y accidentado periodo de vidriero, mientras terminaba mis estudios secundarios nocturnos, conseguí, a través de mi viejo, trabajo en el taller metalúrgico de un amigo suyo, allí cementaban rejas de arados y discos, a la vez tenía una herrería donde con un martillo eléctrico o martinete se “picaban” las rejas nuevas para luego rellenarlas con un material duro que se aplicaba en el filo, con una soldadura a soplete que funcionaba con carburo y oxígeno.
Mi trabajo consistía en pintar las rejas de rojo, y una vez secas pintarles el filo con color aluminio, también ayudaba al soldador a cambiar el carburo, cuatro o cinco veces al día, acarrear las rejas desde la herrería, situada en un galpón lindante a donde se cementaban, también tenía que ir en bicicleta a buscar rejas usadas que eran preparadas en la herrería de un particular.
El trabajo en si no era muy pesado, durante bastante tiempo no tuve ningún inconveniente, pero lamentablemente lo bueno dura poco.
Entre el encargado del taller y capataz, un tano de mediana estatura, delgado y nervioso y quien estaba a cargo de el martinete un gigante, musculoso y tranquilo, habían surgido discrepancias, que llegaron al extremo de no hablarse, lo, hacían a través mío y de otro empleado, el capataz me daba las instrucciones y yo las repetía, si había alguna duda o algún problema retrasmitía lo que me decía el herrero, así durante bastante tiempo.
Llego un momento en que el capataz , cuando traje una respuesta poco amable del otro operario, me dijo decile que es un pelotudo, que haga lo que le mando, esa fue la gota que rebaso el vaso, sin pensarlo le respondí yo no sou alcahuete de nadie, si tiene que decirle eso dígaselo en la cara, el tano dejo la soldadora , levanto la máscara que le protegía la vista , y me amago una cachetada, sin medir las consecuencias agarre una maza de hierro y le dije, pégame y te parto la cabeza, el tipo se puso muy nervioso y me gritaba: Mocos insolente faltarle el respeto a una persona mayor, ándate y no vuelvas más.
Allí me di cuenta que había metido la pata, y hacia quedar mal a mi viejo que me había recomendado, así que antes de que el capataz le informara, me llegue a la casa del patrón a darle mi versión de los hechos.
El dueño del Taller Metalúrgico me atendió muy bien y me dijo, quédate tranquilo, no pasa nada, él es así de cabron y atropellado, pero luego se le pasa. No le dije, después de esto no puedo seguir trabajando allí, discúlpeme no quería fallarle a mi viejo, pero él me enseño que cuando uno tiene razón, no debe dejarse llevar por delante, y que si me equivoco que pida disculpas, yo creo tener razón. Así termino mi experiencia de obrero metalúrgico.
Agustín Secreto Derechos Reservados
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