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Dos máscaras incas me contemplan desde el rincón de la habitación. Fueron talladas por cualquier personaje que luego las vendió a peso cincuenta cada una. Así son los que se dedican al arte, artesanos sin mayor intención que conseguir el gesto, cierto color, la talla perfecta o la palabra que rime bien. Ellos no aspiran a exponer sus obras en grandes galerías, ya que el sólo hecho de crear los sobrepasa. Pues bien, algunos tienen la suerte de ser descubiertos por algún mecenas y son los que aparecen en revistas de arte, ensalzados y glorificados por sus admiradores. Pero, son los menos. Los que ven el arte como una catapulta para el enriquecimiento, que dentro de todo es legítimo.
Vuelvo a las máscaras. Ellas tienen un algo tenebroso en sus expresiones y ponen un paréntesis en la calidez de la habitación. Esa es mi opinión, libre y desinteresada, ya que esta no es mi pieza y las máscaras tampoco son mías.
Ahora tengo en mis manos una de ellas, acaso la más atemorizadora y que me pareciera observar con unos grandes ojos que se destacan en el fondo oscuro de su rostro. ¿Será la representación de Manco Cápac, unificador de los incas? ¿O es Pachacútec, quien enriqueció dicha cultura, expandiéndose en el tiempo y espacio y construyendo numerosas obras, entre ellas el grandioso Macchu Picchu? ¿O es nada más que la representación de todos y de ninguno de esos personajes laboriosos que poblaron una buena parte de América?
Contemplo la máscara durante un largo rato y me sumerjo en los avatares de este continente nuestro, poblado por hombres valerosos, gallardos y que prefirieron alzar sus armas antes que rendirse a cualquier invasor. Imagino su voz, bronca y bien timbrada, restallando en las profundas piedras, piedras sangrantes de sacrificios y de batallas.

¿Cómo se desmembró tu historia?
¿Quién enterró su espada
en el corazón de tu sabiduría?
Grande fue tu imperio,
opulento, culto, de riqueza infinita,
ancho y largo como la ambición,
ambición que ciega, que destruye,
inmolaste por tu propia mano
lo que contruíste con tesón.

Tahuantisuyo demolió sus piedras
desbordado, vicioso, ensangrentado
antes que el invasor hollara las cumbres,
que Wiracocha tenga piedad de sus almas,
almas ancestrales que gimen
en las lejanas cavernas del olvido.

La máscara, a la que coloco de nuevo en su lugar, nada puede decirme, por supuesto.












Texto agregado el 08-11-2016, y leído por 215 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
09-11-2016 Buen texto ***** grilo
09-11-2016 Hermosa historia y muy autóctona. Además, la narración es muy vívida, es como si las estuviera viendo. Felicitaciones: 5* dfabro
09-11-2016 He hecho reflexiones parecidas con pequeñas replicas de esculturas azrecas y mayas. Imagino publicaré alguna. Cinco aullidos prehispánicos yar
 
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