A Andrés,
que ha roto mis círculos viciosos.
Anoche por fin me besaste.
Y yo me dejé llevar por el impulso.
Navegué en el bote de tus labios rojos
Primero inocente,
sumisa.
Redondeando en tu cuello el abrazo,
cerrando por instinto los ojos.
Anoche por fin me besaste.
Con suavidad,
Con torpeza,
En un escenario distinto a estas calles que tanto me abruman.
Me apretaste contra tu cuerpo hasta cobijar mi pecho sobre el tuyo,
Hasta hacer estallar la bomba de dolor,
que me raspaba desde las entrañas hasta la garganta,
de ida
y de vuelta.
Me besaste hasta llevarte la ausencia
Hasta desgranarme el odio y la inercia.
Y mutaste,
Mutaste en cada uno de tus colores y tus personajes.
Mutaste en la universalidad,
En el hombre errante,
En el extranjero,
En tus ojos verdes observando,
en cámara lenta,
Buenos Aires de noche.
Anoche,
por fin,
me besaste
como sellando el cuadro de nuestras caminatas frente al malecón en Miraflores,
como absorbiendo entre el roce la distancia.
Anoche me besaste.
Y descubrí que tú boca es como un libro de papel suave
donde se adquiere la capacidad de escribir,
hasta romperse...
|