En el periódico local (1) de la pujante ciudad de Torreón en el norte de México se publicó una noticia en la sección policiaca:
“Mata a 4 asaltantes y ahora lo buscan”
…tres sujetos jóvenes acompañados de una mujer en un autobús proveniente de San Mateo Atenco en el estado de México y con destino a la ciudad de México se disponían a bajar, luego de haber despojado de sus pertenencias a los pasajeros, cuando un solitario individuo se levantó de la parte trasera del vehículo y comenzó a dispararles con su arma 9 milímetros.
Los presuntos asaltantes habían ordenado al chofer detenerse y tras el tiroteo se abrieron las puertas de la unidad cayendo lesionados.
El pasajero, con el arma en mano se fue a la parte frontal, descendió y remató a los cuatro que se encontraban en el piso, quedando en el lugar cinco casquillos percutidos.
Los maleantes tenían entre sus ropas una pistola hechiza y navajas, motivo por el que no hicieron frente a su agresor; por el contrario trataron de bajar lo más rápido posible.
Tras rematarlos, recogió algunos morrales en los que se encontraban dinero, carteras teléfonos celulares y demás objetos del botín. De nueva cuenta subió a la unidad y puso los morrales en el suelo para decir: “ahí están sus cosas, recoja cada quien sus pertenencias. Nada más me hacen el paro”.
Le pidió al chofer que se arrancara y unos kilómetros adelante el pasajero descendió, se puso una capucha y se perdió entre las veredas, mientras que los cuerpos de los presuntos asaltantes quedaron tirados sobre el kilómetro 38 de la carretera México-Toluca.
—Santa María purísima.
—Sin pecado concebida. Me acuso padre de haber pecado al no contener mi ira.
— Cuéntame ¿qué pasó?
—Usted habrá leído sobre el asalto de un autobús donde cuatro maleantes fueron abatidos. Yo fui el responsable. Por mi trabajo uso un arma que llevo escondida entre mis ropas. Iba sentado tranquilo en un autobús en los asientos traseros. Cuatro pasajeros se levantaron procediendo a asaltarnos. Uno de ellos prepotente se dirigió a mí pidiéndome mis pertenencias, como me tarde, él, con el dorso de la mano me propinó un golpe en la cara. A pesar de lo anterior no me inmuté ya que acostumbro manejarme con un perfil bajo.
—Entonces ¿por qué te enojaste?
—Por la risa burlona de la muchacha, ya no pude contenerme y pasó lo que pasó.
—Pero ¿estás arrepentido?
—No.
—Sabes que si no hay arrepentimiento y constricción no te puedo dar la absolución — dijo el sacerdote con algo de temor.
—Lo sé padre, no se preocupe. Lo que pasa es que tenía que contarlo para deshacerme de mis fantasmas. Por favor no se levante, permítame salir de su iglesia.
El buen presbítero se quedó pensativo, junto sus manos y dijo: “Padre nuestro que estás en los cielos…”.
1.- El Siglo de Torreón. Torreón Coahuila México. 3 noviembre 2016.
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