Divagaba yo, reclinado en el dintel de la puerta que da a la calle, observando el paso de la gente, apresurados algunos y otros tomándose necesarias pausas. El mundo es variopinto, me decía, mientras un perro pasaba al trote con un hueso en el hocico.

-Por lo que veo, tú no has cambiado nada- escuché que una vocecita decía. Miré en derredor y nadie había en las proximidades, salvo un grandulón que aguardaba algo al frente de la calle. Y ese personaje no podía tener cuerdas vocales tan esmirriadas. Nadie había, salvo una obesa paloma gris que me contemplaba con sus ojillos de color difuso.

Me reí para mis adentros. Se me ocurren a menudo tantas locuras y algunas de ellas tan desatinadas que muchas veces las llevo al papel precisamente por eso, porque son sandeces, que dentro de su pelotudez, también me parecen originales y hasta entretenidas. Para mí, por lo menos. Ya aparecerá Atila, el rey de los Hunos para plantarme la estrella solitaria por ser tan autorreferente.

Pero, mientras me sumía en tales disquisiciones, la paloma continuaba allí, escudriñándome con soberana impavidez.

-No has cambiado nada, continúas siendo el mismo distraído de siempre,
La vocecilla, que parecía más el chicharreo de una radio antigua, se escuchaba, a pesar de todo, clarísima dentro de mi cabeza. –Que diantre, dije, ¿me estaré volviendo loco?
-Loco has sido toda tu vida, Y siempre tan como ido, como si no estuvieras presente.
-¡Alguien me está jugando una broma! –pensé.
-¡Que broma ni que ocho cuartos! ¿Acaso no reconoces ahora a tu abuela?
-¿Abuela? Pero si falleció hace una punta de años- volví a pensar.
-Claro, ¿cómo me vas a reconocer con esta investidura? ¡Soy yo, tu abuela Mema!
La paloma dio cuatro pasitos cortos y se colocó frente a mí.
-¿Eres tú la que me ha estado hablando todo este tiempo?
-En rigor, sí.
-¡Me estoy volviendo loco! Como se reirían los demás si me vieran intentando conversar con una paloma
-Tú naciste loco y sólo las ataduras del medio ambiente y de tu familia te mantienen medianamente cuerdo. Estoy segura que apenas emprenda el vuelo, te vas a ir a tu computadora y comenzarás a escribir sobre este encuentro. Escúchame bien: ¡te lo prohíbo! No aguantaré que los demás sepan que me convertí en una miserable paloma. Menos tu madre, que se reiría a carcajadas de sólo pensarlo.

-¡Puchas abuela! Hace días que no se me ocurre nada y ahora que tengo este tremendo tema, usted me pone veto. ¡No puede ser así! Ahora, ¿por qué está convertida en paloma?
-¿Y qué sé yo? ¿Te pregunto acaso porque tienes cara de pánfilo blancuzco?

Sentí que la decepción se revolvía dentro de mi estómago. Ni siquiera podía indagar sobre un tema que preocupa a todo hombre desde la profundidad de los tiempos.
-Pero, ¿dígame abuela? ¿Ha sabido algo de los demás parientes fallecidos? ¿De mi abuelo Humbert?
-Gracias a Dios que no. Para eso, está el infierno, que allí se recondenan todos los seres ruines y espantosos.
-¿O sea que existe el infierno, los fuegos eternos donde se consumen las almas?
-Es sólo una forma de decir. ¡Ya! Me voy, pero antes, trata de ser más concentrado, ¿crees que no me da pena cuando te tratan de distraído, de “volátil” ¿acaso piensan que eres una botella de alcohol cuando te dicen así?
-Abuela, una última cosa, ¿tú estás en el purgatorio?
Sentí una estruendosa carcajada a la par con el zumbante batir de alas de la paloma. Se elevó en cosa de milésimas de segundos y se perdió en el horizonte.
-Purgatorio.
-¿Quién dijo eso?
-Yo vecino, necesito una tarea sobre el purgatorio.
Desperté de improviso y partí a buscar información sobre el tema aquel que me solicitaba la chica.

Todo lo que narro, estoy completamente seguro que no lo soñé. ¿O sí? Me entró la duda.