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ILUSIONES INCONCLUSAS


Había un cuchicheo de complicidad, como de conspiración festiva, cuando Rodrigo Meléndez – profesor del curso – ingresó a la sala de clases con su paso calmado. Se dirigió a su escritorio para empezar la jornada diaria.
Todos los alumnos tenían las miradas inquietas, anhelantes como si esperasen algo especial.
De pronto, hubo un silencio total y Amelia – la presidenta del curso – se levantó de su asiento y, con una amplia sonrisa, se dirigió a sus compañeros que empezaron a cantar el “Cumpleaños Feliz .“
El Maestro dejo su lápiz y levantó la vista emocionado al sentir la canción mientras sus ojos se le nublaban con lágrimas que él trataba de retener.
Luego aplausos, vítores, risas y alegrías y el ambiente se llenó de entusiasmo. Todos querían mostrar su felicidad mientras aplaudían y gritaban.
Don Rodrigo Meléndez se levantó emocionado mientras un nudo le oprimía su garganta. Vio a Amelia que traía un regalo en sus manos. Había sido comprado entre todos, juntando moneda a moneda, con la esperanza de no defraudar a su profesor. Todo el curso estaba tenso, ansioso y en silencio. Observaban la reacción espontánea de Don Rodrigo.
“ Profe”, dijo ella respetuosamente, con una hermosa sonrisa y sus ojos brillantes.- “ El curso ha querido felicitarlo por su cumpleaños y éste es nuestro regalo de admiración, afecto y agradecimiento por su labor en la enseñanza.”
Con sus manos temblando de emoción, recibió el paquete mientras daba un beso cariñoso en la mejilla a Amelia .
“¡Que lo abra, que lo abra!” - gritaban los jóvenes efusivamente.-
¡Que lo abra, que lo abra! -era la alegría total, celebraban con algarabía
Rompió el envoltorio con sus dedos temblorosos y, en una hermosa cajita, había un lápiz grabado con el nombre del curso y el año.
Don Rodrigo sentía que su garganta se apretaba más y más.
“ Esto es para que nos recuerde siempre y nos tenga en su corazón”, continuó Amelia llena de felicidad mientras el curso aplaudía desenfrenadamente.
“Gracias, gracias,” balbuceó Don Rodrigo mientras sus mejillas se iluminaban con un tenue tinte rosado. “Gracias, gracias,” repetía emocionado mirando a cada uno de sus alumnos que no cesaban de aplaudir. “No sé que decir, solamente gracias por este reconocimiento que ha llegado a lo más profundo de mi corazón y que es tan inmerecido.”
Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y él trataba de retenerlas.
“Profe”, ¿ Cuántos años cumple Ud?- preguntó un alumno.
“¡ Uuuuuy! , Respondieron riendo sus compañeros como si fuera una broma.
“83 años, respondió, y ustedes han llegado a lo más profundo de mi ser… Me siento infinitamente feliz y me alegro de compartir esta felicidad con ustedes.
“Maestro, me gustaría, algún día, poder vivir lo que está sintiendo en este momento, para gozarlo como usted”.- dijo Angélica una alumna desde su puesto con su terso rostro adolescente expresando su emoción.
“ Linda,”, le dijo Don Rodrigo mirándola con ternura, la vida es muy corta. No te das cuenta como pasan los años, Ustedes, cuando niños, por ejemplo, tenían una año de doce largos y aburridores meses que no terminaban nunca. Luego, como ahora ustedes, a los 18 o a los 20, éstos se acortan a sólo 10 meses de emociones y desde los 40 para adelante, tal como yo los siento ahora, son tan cortos como si estuvieran compuestos, solamente, de unas pocas semanas. Vive tu vida ahora,- continuó mirándola con ternura y respeto –siéntela, gózala y llénate de los más hermosos recuerdos que puedas crear para disfrutarlos cuando llegues, igual que yo, al ocaso de tu vida.

“Señor, Meléndez”, ¿Qué se siente al cumplir 83 años en una sala de clases?, preguntó Raúl
Un torbellino de recuerdos, como en una vorágine, empezó a girar en la mente de Don Rodrigo. En un segundo pasaron, nítidamente, las caritas y las miradas de cientos de niños y jóvenes, Pedro, Antonio, Luis, Manuel, Elba, Julia, Andrea y ¡¡cuántos otros!! Nombres que se repetían de generación en generación. Fueron niños que, ahora, algunos eran abuelos, padres, hijos o nietos.
Los alumnos notaron la nostalgia que invadía el rostro de Don Rodrigo. Miró a Raúl, con una sonrisa y una mirada suave.
“Agradezco a Dios que me haya dado tantos años extras de regalo para disfrutarlos con ustedes, hermosa juventud. Son parte de la juventud que me entrega, día a día la energía y la fuerza para hacer más placentera mi vejez”
“Profe”, con sus 83 años, ¿Cómo ve la vida, el mundo, los hombres, la humanidad? – era Manuel, un joven inquieto, con ideas revolucionarias y anarquistas, a su manera. El joven miró fijamente a su profesor para cerciorarse si le iba a responder su pregunta. Sabía que era una pregunta difícil de contestar si iba a ser sincero.
Don Rodrigo estaba seguro a donde iba la pregunta pues él, cuando tenía 18 años, también se la había hecho muchas veces y, también entonces, deseo una respuesta directa.
Miró al joven, tomó aire profundamente, y juntando sus manos respondió pausadamente, dirigiéndose directamente a Manuel.
“En este momento no se me ocurre nada especial”, dijo.
Quedó pensativo unos segundos y respirando profundamente, continuo, “tengo el mismo sentimiento que cuando cumplí 18 años, igual que ahora, tú, Manuel.
Les diré muchas cosas y ustedes las guardaran o las dejaran. Es su decisión
Hasta ese entonces era un idealista que pensaba que la vida podía cambiarse y un mundo mejor llegaría si nosotros pusiéramos algo de nuestra parte.
Pensaba en un mundo diferente que podía cumplir las ilusiones que nos hacían soñar y, del cual, quizás, yo era uno de sus arquitectos.
Miraba la pobreza y la podredumbre y creía, honradamente, que éstas se podían eliminar. Veía las poblaciones “callampas” en ese entonces llamadas así y que ahora son designadas, más elegantemente, “campamentos marginales”- y me dolía ver los rostros macilentos de los niños y los ancianos sentados a la puerta de sus “casas”, envueltos en la miseria, contemplando con los ojos desorbitados por el hambre, el futuro. En realidad, no tenían futuro. Lo sabían, pero tenían la esperanza de un devenir más grato y placentero.
Había que luchar para transformar todo ese submundo en un lugar de alegrías y ensueños ¡Como en los cuentos infantiles! Mi mente se revolucionaba. Veía a hombres nauseabundos pidiendo compasión y comprensión por su infortunio. Con sus ropas raídas y fétidas alejaban a todos al acercárseles para pedir una limosna. Siempre quedaban solos y abandonados. ¡Cuánto hubiera dado por cambiar esos rostros y esa vergonzosa apariencia! Creía, en el fondo, que todo eso terminaría algún día y que la sociedad sería para todos igual.
Observaba, con rabia, como explotaban a los trabajadores que necesitaban de sus míseros sueldos para mantener a su familia - a morir saltando como decían ellos - resignados, forzados a tener que aceptar indignas condiciones para no ser despedidos de su trabajo.
Don Rodrigo miraba a los alumnos que le escuchaban en completo silencio. Se veían reflejados, con sus ideas, en la figura del profesor. Veía que el ambiente irradiaba una atmósfera de profundo respeto y sentimiento ante la sinceridad de sus palabras.

Sentía rabia, impotencia, desaliento cuando arrestaban a un hombre por haber robado una gallina para alimentar a su prole. Por esa tremenda fechoría le daban diez o veinte años de cárcel, mientras que otros robaban millones o usufructuaban ilícitamente de las arcas del gobierno, y a ellos les daban – si es que les daban – una amonestación en su hoja de vida.
¡Claro que ellos no devolvían el dinero apropiado tan ilegalmente, solamente una mancha en su hoja de vida les quedaba!
“Profe” ¿Usted estuvo en la Segunda Guerra Mundial?
Don Rodrigo sonrió ante la pregunta que era sincera.
“No”. Aun era un niño en ese entonces, pero leía en el periódico como se destruían las ciudades.
Me enfurecen las guerras pues NUNCA he podido comprender que dos países o más, se destruyan por una ambición territorial o por lograr el poder total. ¡El mundo es de todos y no debe haber fronteras disociadoras!
Con mis 83 años sigo mirando a mi alrededor y todo sigue igual o, quizás peor.
Ahora la juventud está impregnada en drogas. Antes solamente lo eran de un grupo privilegiado. Los narcotraficantes gozan con las ganancias obtenidas con el envenenamiento masivo de las mentes juveniles y, aún más, de niños y niñas sin que nadie frene, verdaderamente, esta lacra mortal.
De reojo, miró a dos alumnos que se sintieron incómodos, y un tanto ruborizados. Sin embargo miraban directamente al profesor.
Don Rodrigo percibía que ellos se sabían observados por la mirada atenta del profesor. Sin embargo quisieron demostrar que, si estaban en el colegio, era porque anhelaban una vida mejor, deseaban salirse de ese pozo profundo que se había abierto a sus pies. Ahora se sentían comprendidos por su maestro quien nunca les llamó la atención, ni hizo referencias a sus vidas. Actualmente, se esforzaban en lograr salir adelante. No dudaban que lo iban a alcanzar. Ya lo estaban haciendo e iban por buen camino y todo iba a salir bien.

Don Rodrigo continuó. Veo la incongruencia de gastar millones y millones de Euros o Dólares – ¡¡qué importa la moneda!! – para investigar el cosmo. ¿Para qué?.., ¡Para conocer el origen del universo! ¿Para qué?... Nada sacamos con conocerlo mientras en la tierra, la hambruna destroza literalmente el alma y el cuerpo de, también, millones de personas famélicas, con sus costillas sobresaliendo en sus cuerpos lacerados por las llagas que imploran un mendrugo de pan a los países insanamente derrochadores.
Observo cómo se han trastocado los valores que nos inculcaron - para nuestro bien o para nuestro mal. - Ahora todo está legítimamente permitido. ¡ Estamos en el siglo ¡¡ 21 ! !
Los periódicos, la televisión, destacan en letras mayúsculas y sobresalientes, lo negativo del hombre: asesinatos, robos, hurtos, violaciones, pedofilia, drogadicción y cuanta porquería hay. ¡.Es el pan de cada día y nosotros lo aceptamos y vivimos impotentes!
¿Qué puedo decir de la vida?
Aunque el hombre se cree hecho a semejanza de Dios, a diferencia de El, sigue cometiendo los mismos errores o, quizás, otros peores.
Hace años se advirtió sobre el calentamiento global. Se hizo ver el daño que se estaba produciendo a la tierra y de lo que posiblemente iba a ocurrir y que en verdad ya está ocurriendo. Pero había que seguir rompiendo la capa de ozono con spray, contaminación, con la tala indiscriminada de árboles. Todo ¿Para qué?... Para obtener más y más ganancias. Atacaron a la tierra y ésta se sintió herida, violentada y ultrajada. La Madre Naturaleza se aburrió de la estupidez e indeferencia humana y ha comenzado a remecerla provocando terremotos en todos los lugares del planeta, lluvias torrenciales e inmensas inundaciones con consecuencias catastróficas y grandes pérdidas de vidas humanas. Ha provocado heladas y nevazones nunca antes sentidas por el hombre o lo ha acosado con calores insoportables para la vida.
¿Alguien ha hecho algo? Solamente reuniones celebradas con excelentes almuerzos en elegantes salones y que no conducen a nada.
Quise cambiar el mundo a los 18 años y quisiera cambiarlo ahora a los 83. Agacho, humildemente, mi cabeza y tengo que aceptar la VIDA. Siempre será igual. El mal vencerá al bien, excepto en las películas rosas o en algunas mentes desequilibradas.

Ojala que yo, al cumplir los 100 años, pueda decir que, por fin, todo ha cambiado, que la felicidad y la justicia están en la tierra, que ya no hay más hambre y que todos gozan de una vida mejor. ¿Será posible?
¿O será la Madre Naturaleza quien deba poner el equilibrio razonable?

Por una milésima de segundo hubo un silencio, casi sepulcral en el aula, que fue interrumpido por el ruido que hicieron las sillas cuando los chicos, espontáneamente, se levantaron de sus asientos para, en un aplauso homogéneo, ovacionar a su querido profesor quien, sin él proponérselo, les había entregando más que sus vivencias, una lección de vida.

ILUSIONES INCONCLUSAS


Había un cuchicheo de complicidad, como de conspiración festiva, cuando Rodrigo Meléndez – profesor del curso – ingresó a la sala de clases con su paso calmado. Se dirigió a su escritorio para empezar la jornada diaria.
Todos los alumnos tenían las miradas inquietas, anhelantes como si esperasen algo especial.
De pronto, hubo un silencio total y Amelia – la presidenta del curso – se levantó de su asiento y, con una amplia sonrisa, se dirigió a sus compañeros que empezaron a cantar el “Cumpleaños Feliz .“
El Maestro dejo su lápiz y levantó la vista emocionado al sentir la canción mientras sus ojos se le nublaban con lágrimas que él trataba de retener.
Luego aplausos, vítores, risas y alegrías y el ambiente se llenó de entusiasmo. Todos querían mostrar su felicidad mientras aplaudían y gritaban.
Don Rodrigo Meléndez se levantó emocionado mientras un nudo le oprimía su garganta. Vio a Amelia que traía un regalo en sus manos. Había sido comprado entre todos, juntando moneda a moneda, con la esperanza de no defraudar a su profesor. Todo el curso estaba tenso, ansioso y en silencio. Observaban la reacción espontánea de Don Rodrigo.
“ Profe”, dijo ella respetuosamente, con una hermosa sonrisa y sus ojos brillantes.- “ El curso ha querido felicitarlo por su cumpleaños y éste es nuestro regalo de admiración, afecto y agradecimiento por su labor en la enseñanza.”
Con sus manos temblando de emoción, recibió el paquete mientras daba un beso cariñoso en la mejilla a Amelia .
“¡Que lo abra, que lo abra!” - gritaban los jóvenes efusivamente.-
¡Que lo abra, que lo abra! -era la alegría total, celebraban con algarabía
Rompió el envoltorio con sus dedos temblorosos y, en una hermosa cajita, había un lápiz grabado con el nombre del curso y el año.
Don Rodrigo sentía que su garganta se apretaba más y más.
“ Esto es para que nos recuerde siempre y nos tenga en su corazón”, continuó Amelia llena de felicidad mientras el curso aplaudía desenfrenadamente.
“Gracias, gracias,” balbuceó Don Rodrigo mientras sus mejillas se iluminaban con un tenue tinte rosado. “Gracias, gracias,” repetía emocionado mirando a cada uno de sus alumnos que no cesaban de aplaudir. “No sé que decir, solamente gracias por este reconocimiento que ha llegado a lo más profundo de mi corazón y que es tan inmerecido.”
Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y él trataba de retenerlas.
“Profe”, ¿ Cuántos años cumple Ud?- preguntó un alumno.
“¡ Uuuuuy! , Respondieron riendo sus compañeros como si fuera una broma.
“83 años, respondió, y ustedes han llegado a lo más profundo de mi ser… Me siento infinitamente feliz y me alegro de compartir esta felicidad con ustedes.
“Maestro, me gustaría, algún día, poder vivir lo que está sintiendo en este momento, para gozarlo como usted”.- dijo Angélica una alumna desde su puesto con su terso rostro adolescente expresando su emoción.
“ Linda,”, le dijo Don Rodrigo mirándola con ternura, la vida es muy corta. No te das cuenta como pasan los años, Ustedes, cuando niños, por ejemplo, tenían una año de doce largos y aburridores meses que no terminaban nunca. Luego, como ahora ustedes, a los 18 o a los 20, éstos se acortan a sólo 10 meses de emociones y desde los 40 para adelante, tal como yo los siento ahora, son tan cortos como si estuvieran compuestos, solamente, de unas pocas semanas. Vive tu vida ahora,- continuó mirándola con ternura y respeto –siéntela, gózala y llénate de los más hermosos recuerdos que puedas crear para disfrutarlos cuando llegues, igual que yo, al ocaso de tu vida.

“Señor, Meléndez”, ¿Qué se siente al cumplir 83 años en una sala de clases?, preguntó Raúl
Un torbellino de recuerdos, como en una vorágine, empezó a girar en la mente de Don Rodrigo. En un segundo pasaron, nítidamente, las caritas y las miradas de cientos de niños y jóvenes, Pedro, Antonio, Luis, Manuel, Elba, Julia, Andrea y ¡¡cuántos otros!! Nombres que se repetían de generación en generación. Fueron niños que, ahora, algunos eran abuelos, padres, hijos o nietos.
Los alumnos notaron la nostalgia que invadía el rostro de Don Rodrigo. Miró a Raúl, con una sonrisa y una mirada suave.
“Agradezco a Dios que me haya dado tantos años extras de regalo para disfrutarlos con ustedes, hermosa juventud. Son parte de la juventud que me entrega, día a día la energía y la fuerza para hacer más placentera mi vejez”
“Profe”, con sus 83 años, ¿Cómo ve la vida, el mundo, los hombres, la humanidad? – era Manuel, un joven inquieto, con ideas revolucionarias y anarquistas, a su manera. El joven miró fijamente a su profesor para cerciorarse si le iba a responder su pregunta. Sabía que era una pregunta difícil de contestar si iba a ser sincero.
Don Rodrigo estaba seguro a donde iba la pregunta pues él, cuando tenía 18 años, también se la había hecho muchas veces y, también entonces, deseo una respuesta directa.
Miró al joven, tomó aire profundamente, y juntando sus manos respondió pausadamente, dirigiéndose directamente a Manuel.
“En este momento no se me ocurre nada especial”, dijo.
Quedó pensativo unos segundos y respirando profundamente, continuo, “tengo el mismo sentimiento que cuando cumplí 18 años, igual que ahora, tú, Manuel.
Les diré muchas cosas y ustedes las guardaran o las dejaran. Es su decisión
Hasta ese entonces era un idealista que pensaba que la vida podía cambiarse y un mundo mejor llegaría si nosotros pusiéramos algo de nuestra parte.
Pensaba en un mundo diferente que podía cumplir las ilusiones que nos hacían soñar y, del cual, quizás, yo era uno de sus arquitectos.
Miraba la pobreza y la podredumbre y creía, honradamente, que éstas se podían eliminar. Veía las poblaciones “callampas” en ese entonces llamadas así y que ahora son designadas, más elegantemente, “campamentos marginales”- y me dolía ver los rostros macilentos de los niños y los ancianos sentados a la puerta de sus “casas”, envueltos en la miseria, contemplando con los ojos desorbitados por el hambre, el futuro. En realidad, no tenían futuro. Lo sabían, pero tenían la esperanza de un devenir más grato y placentero.
Había que luchar para transformar todo ese submundo en un lugar de alegrías y ensueños ¡Como en los cuentos infantiles! Mi mente se revolucionaba. Veía a hombres nauseabundos pidiendo compasión y comprensión por su infortunio. Con sus ropas raídas y fétidas alejaban a todos al acercárseles para pedir una limosna. Siempre quedaban solos y abandonados. ¡Cuánto hubiera dado por cambiar esos rostros y esa vergonzosa apariencia! Creía, en el fondo, que todo eso terminaría algún día y que la sociedad sería para todos igual.
Observaba, con rabia, como explotaban a los trabajadores que necesitaban de sus míseros sueldos para mantener a su familia - a morir saltando como decían ellos - resignados, forzados a tener que aceptar indignas condiciones para no ser despedidos de su trabajo.
Don Rodrigo miraba a los alumnos que le escuchaban en completo silencio. Se veían reflejados, con sus ideas, en la figura del profesor. Veía que el ambiente irradiaba una atmósfera de profundo respeto y sentimiento ante la sinceridad de sus palabras.

Sentía rabia, impotencia, desaliento cuando arrestaban a un hombre por haber robado una gallina para alimentar a su prole. Por esa tremenda fechoría le daban diez o veinte años de cárcel, mientras que otros robaban millones o usufructuaban ilícitamente de las arcas del gobierno, y a ellos les daban – si es que les daban – una amonestación en su hoja de vida.
¡Claro que ellos no devolvían el dinero apropiado tan ilegalmente, solamente una mancha en su hoja de vida les quedaba!
“Profe” ¿Usted estuvo en la Segunda Guerra Mundial?
Don Rodrigo sonrió ante la pregunta que era sincera.
“No”. Aun era un niño en ese entonces, pero leía en el periódico como se destruían las ciudades.
Me enfurecen las guerras pues NUNCA he podido comprender que dos países o más, se destruyan por una ambición territorial o por lograr el poder total. ¡El mundo es de todos y no debe haber fronteras disociadoras!
Con mis 83 años sigo mirando a mi alrededor y todo sigue igual o, quizás peor.
Ahora la juventud está impregnada en drogas. Antes solamente lo eran de un grupo privilegiado. Los narcotraficantes gozan con las ganancias obtenidas con el envenenamiento masivo de las mentes juveniles y, aún más, de niños y niñas sin que nadie frene, verdaderamente, esta lacra mortal.
De reojo, miró a dos alumnos que se sintieron incómodos, y un tanto ruborizados. Sin embargo miraban directamente al profesor.
Don Rodrigo percibía que ellos se sabían observados por la mirada atenta del profesor. Sin embargo quisieron demostrar que, si estaban en el colegio, era porque anhelaban una vida mejor, deseaban salirse de ese pozo profundo que se había abierto a sus pies. Ahora se sentían comprendidos por su maestro quien nunca les llamó la atención, ni hizo referencias a sus vidas. Actualmente, se esforzaban en lograr salir adelante. No dudaban que lo iban a alcanzar. Ya lo estaban haciendo e iban por buen camino y todo iba a salir bien.

Don Rodrigo continuó. Veo la incongruencia de gastar millones y millones de Euros o Dólares – ¡¡qué importa la moneda!! – para investigar el cosmo. ¿Para qué?.., ¡Para conocer el origen del universo! ¿Para qué?... Nada sacamos con conocerlo mientras en la tierra, la hambruna destroza literalmente el alma y el cuerpo de, también, millones de personas famélicas, con sus costillas sobresaliendo en sus cuerpos lacerados por las llagas que imploran un mendrugo de pan a los países insanamente derrochadores.
Observo cómo se han trastocado los valores que nos inculcaron - para nuestro bien o para nuestro mal. - Ahora todo está legítimamente permitido. ¡ Estamos en el siglo ¡¡ 21 ! !
Los periódicos, la televisión, destacan en letras mayúsculas y sobresalientes, lo negativo del hombre: asesinatos, robos, hurtos, violaciones, pedofilia, drogadicción y cuanta porquería hay. ¡.Es el pan de cada día y nosotros lo aceptamos y vivimos impotentes!
¿Qué puedo decir de la vida?
Aunque el hombre se cree hecho a semejanza de Dios, a diferencia de El, sigue cometiendo los mismos errores o, quizás, otros peores.
Hace años se advirtió sobre el calentamiento global. Se hizo ver el daño que se estaba produciendo a la tierra y de lo que posiblemente iba a ocurrir y que en verdad ya está ocurriendo. Pero había que seguir rompiendo la capa de ozono con spray, contaminación, con la tala indiscriminada de árboles. Todo ¿Para qué?... Para obtener más y más ganancias. Atacaron a la tierra y ésta se sintió herida, violentada y ultrajada. La Madre Naturaleza se aburrió de la estupidez e indeferencia humana y ha comenzado a remecerla provocando terremotos en todos los lugares del planeta, lluvias torrenciales e inmensas inundaciones con consecuencias catastróficas y grandes pérdidas de vidas humanas. Ha provocado heladas y nevazones nunca antes sentidas por el hombre o lo ha acosado con calores insoportables para la vida.
¿Alguien ha hecho algo? Solamente reuniones celebradas con excelentes almuerzos en elegantes salones y que no conducen a nada.
Quise cambiar el mundo a los 18 años y quisiera cambiarlo ahora a los 83. Agacho, humildemente, mi cabeza y tengo que aceptar la VIDA. Siempre será igual. El mal vencerá al bien, excepto en las películas rosas o en algunas mentes desequilibradas.

Ojala que yo, al cumplir los 100 años, pueda decir que, por fin, todo ha cambiado, que la felicidad y la justicia están en la tierra, que ya no hay más hambre y que todos gozan de una vida mejor. ¿Será posible?
¿O será la Madre Naturaleza quien deba poner el equilibrio razonable?

Por una milésima de segundo hubo un silencio, casi sepulcral en el aula, que fue interrumpido por el ruido que hicieron las sillas cuando los chicos, espontáneamente, se levantaron de sus asientos para, en un aplauso homogéneo, ovacionar a su querido profesor quien, sin él proponérselo, les había entregando más que sus vivencias, una lección de vida.





ILUSIONES INCONCLUSAS


Había un cuchicheo de complicidad, como de conspiración festiva, cuando Rodrigo Meléndez – profesor del curso – ingresó a la sala de clases con su paso calmado. Se dirigió a su escritorio para empezar la jornada diaria.
Todos los alumnos tenían las miradas inquietas, anhelantes como si esperasen algo especial.
De pronto, hubo un silencio total y Amelia – la presidenta del curso – se levantó de su asiento y, con una amplia sonrisa, se dirigió a sus compañeros que empezaron a cantar el “Cumpleaños Feliz .“
El Maestro dejo su lápiz y levantó la vista emocionado al sentir la canción mientras sus ojos se le nublaban con lágrimas que él trataba de retener.
Luego aplausos, vítores, risas y alegrías y el ambiente se llenó de entusiasmo. Todos querían mostrar su felicidad mientras aplaudían y gritaban.
Don Rodrigo Meléndez se levantó emocionado mientras un nudo le oprimía su garganta. Vio a Amelia que traía un regalo en sus manos. Había sido comprado entre todos, juntando moneda a moneda, con la esperanza de no defraudar a su profesor. Todo el curso estaba tenso, ansioso y en silencio. Observaban la reacción espontánea de Don Rodrigo.
“ Profe”, dijo ella respetuosamente, con una hermosa sonrisa y sus ojos brillantes.- “ El curso ha querido felicitarlo por su cumpleaños y éste es nuestro regalo de admiración, afecto y agradecimiento por su labor en la enseñanza.”
Con sus manos temblando de emoción, recibió el paquete mientras daba un beso cariñoso en la mejilla a Amelia .
“¡Que lo abra, que lo abra!” - gritaban los jóvenes efusivamente.-
¡Que lo abra, que lo abra! -era la alegría total, celebraban con algarabía
Rompió el envoltorio con sus dedos temblorosos y, en una hermosa cajita, había un lápiz grabado con el nombre del curso y el año.
Don Rodrigo sentía que su garganta se apretaba más y más.
“ Esto es para que nos recuerde siempre y nos tenga en su corazón”, continuó Amelia llena de felicidad mientras el curso aplaudía desenfrenadamente.
“Gracias, gracias,” balbuceó Don Rodrigo mientras sus mejillas se iluminaban con un tenue tinte rosado. “Gracias, gracias,” repetía emocionado mirando a cada uno de sus alumnos que no cesaban de aplaudir. “No sé que decir, solamente gracias por este reconocimiento que ha llegado a lo más profundo de mi corazón y que es tan inmerecido.”
Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y él trataba de retenerlas.
“Profe”, ¿ Cuántos años cumple Ud?- preguntó un alumno.
“¡ Uuuuuy! , Respondieron riendo sus compañeros como si fuera una broma.
“83 años, respondió, y ustedes han llegado a lo más profundo de mi ser… Me siento infinitamente feliz y me alegro de compartir esta felicidad con ustedes.
“Maestro, me gustaría, algún día, poder vivir lo que está sintiendo en este momento, para gozarlo como usted”.- dijo Angélica una alumna desde su puesto con su terso rostro adolescente expresando su emoción.
“ Linda,”, le dijo Don Rodrigo mirándola con ternura, la vida es muy corta. No te das cuenta como pasan los años, Ustedes, cuando niños, por ejemplo, tenían una año de doce largos y aburridores meses que no terminaban nunca. Luego, como ahora ustedes, a los 18 o a los 20, éstos se acortan a sólo 10 meses de emociones y desde los 40 para adelante, tal como yo los siento ahora, son tan cortos como si estuvieran compuestos, solamente, de unas pocas semanas. Vive tu vida ahora,- continuó mirándola con ternura y respeto –siéntela, gózala y llénate de los más hermosos recuerdos que puedas crear para disfrutarlos cuando llegues, igual que yo, al ocaso de tu vida.

“Señor, Meléndez”, ¿Qué se siente al cumplir 83 años en una sala de clases?, preguntó Raúl
Un torbellino de recuerdos, como en una vorágine, empezó a girar en la mente de Don Rodrigo. En un segundo pasaron, nítidamente, las caritas y las miradas de cientos de niños y jóvenes, Pedro, Antonio, Luis, Manuel, Elba, Julia, Andrea y ¡¡cuántos otros!! Nombres que se repetían de generación en generación. Fueron niños que, ahora, algunos eran abuelos, padres, hijos o nietos.
Los alumnos notaron la nostalgia que invadía el rostro de Don Rodrigo. Miró a Raúl, con una sonrisa y una mirada suave.
“Agradezco a Dios que me haya dado tantos años extras de regalo para disfrutarlos con ustedes, hermosa juventud. Son parte de la juventud que me entrega, día a día la energía y la fuerza para hacer más placentera mi vejez”
“Profe”, con sus 83 años, ¿Cómo ve la vida, el mundo, los hombres, la humanidad? – era Manuel, un joven inquieto, con ideas revolucionarias y anarquistas, a su manera. El joven miró fijamente a su profesor para cerciorarse si le iba a responder su pregunta. Sabía que era una pregunta difícil de contestar si iba a ser sincero.
Don Rodrigo estaba seguro a donde iba la pregunta pues él, cuando tenía 18 años, también se la había hecho muchas veces y, también entonces, deseo una respuesta directa.
Miró al joven, tomó aire profundamente, y juntando sus manos respondió pausadamente, dirigiéndose directamente a Manuel.
“En este momento no se me ocurre nada especial”, dijo.
Quedó pensativo unos segundos y respirando profundamente, continuo, “tengo el mismo sentimiento que cuando cumplí 18 años, igual que ahora, tú, Manuel.
Les diré muchas cosas y ustedes las guardaran o las dejaran. Es su decisión
Hasta ese entonces era un idealista que pensaba que la vida podía cambiarse y un mundo mejor llegaría si nosotros pusiéramos algo de nuestra parte.
Pensaba en un mundo diferente que podía cumplir las ilusiones que nos hacían soñar y, del cual, quizás, yo era uno de sus arquitectos.
Miraba la pobreza y la podredumbre y creía, honradamente, que éstas se podían eliminar. Veía las poblaciones “callampas” en ese entonces llamadas así y que ahora son designadas, más elegantemente, “campamentos marginales”- y me dolía ver los rostros macilentos de los niños y los ancianos sentados a la puerta de sus “casas”, envueltos en la miseria, contemplando con los ojos desorbitados por el hambre, el futuro. En realidad, no tenían futuro. Lo sabían, pero tenían la esperanza de un devenir más grato y placentero.
Había que luchar para transformar todo ese submundo en un lugar de alegrías y ensueños ¡Como en los cuentos infantiles! Mi mente se revolucionaba. Veía a hombres nauseabundos pidiendo compasión y comprensión por su infortunio. Con sus ropas raídas y fétidas alejaban a todos al acercárseles para pedir una limosna. Siempre quedaban solos y abandonados. ¡Cuánto hubiera dado por cambiar esos rostros y esa vergonzosa apariencia! Creía, en el fondo, que todo eso terminaría algún día y que la sociedad sería para todos igual.
Observaba, con rabia, como explotaban a los trabajadores que necesitaban de sus míseros sueldos para mantener a su familia - a morir saltando como decían ellos - resignados, forzados a tener que aceptar indignas condiciones para no ser despedidos de su trabajo.
Don Rodrigo miraba a los alumnos que le escuchaban en completo silencio. Se veían reflejados, con sus ideas, en la figura del profesor. Veía que el ambiente irradiaba una atmósfera de profundo respeto y sentimiento ante la sinceridad de sus palabras.

Sentía rabia, impotencia, desaliento cuando arrestaban a un hombre por haber robado una gallina para alimentar a su prole. Por esa tremenda fechoría le daban diez o veinte años de cárcel, mientras que otros robaban millones o usufructuaban ilícitamente de las arcas del gobierno, y a ellos les daban – si es que les daban – una amonestación en su hoja de vida.
¡Claro que ellos no devolvían el dinero apropiado tan ilegalmente, solamente una mancha en su hoja de vida les quedaba!
“Profe” ¿Usted estuvo en la Segunda Guerra Mundial?
Don Rodrigo sonrió ante la pregunta que era sincera.
“No”. Aun era un niño en ese entonces, pero leía en el periódico como se destruían las ciudades.
Me enfurecen las guerras pues NUNCA he podido comprender que dos países o más, se destruyan por una ambición territorial o por lograr el poder total. ¡El mundo es de todos y no debe haber fronteras disociadoras!
Con mis 83 años sigo mirando a mi alrededor y todo sigue igual o, quizás peor.
Ahora la juventud está impregnada en drogas. Antes solamente lo eran de un grupo privilegiado. Los narcotraficantes gozan con las ganancias obtenidas con el envenenamiento masivo de las mentes juveniles y, aún más, de niños y niñas sin que nadie frene, verdaderamente, esta lacra mortal.
De reojo, miró a dos alumnos que se sintieron incómodos, y un tanto ruborizados. Sin embargo miraban directamente al profesor.
Don Rodrigo percibía que ellos se sabían observados por la mirada atenta del profesor. Sin embargo quisieron demostrar que, si estaban en el colegio, era porque anhelaban una vida mejor, deseaban salirse de ese pozo profundo que se había abierto a sus pies. Ahora se sentían comprendidos por su maestro quien nunca les llamó la atención, ni hizo referencias a sus vidas. Actualmente, se esforzaban en lograr salir adelante. No dudaban que lo iban a alcanzar. Ya lo estaban haciendo e iban por buen camino y todo iba a salir bien.

Don Rodrigo continuó. Veo la incongruencia de gastar millones y millones de Euros o Dólares – ¡¡qué importa la moneda!! – para investigar el cosmo. ¿Para qué?.., ¡Para conocer el origen del universo! ¿Para qué?... Nada sacamos con conocerlo mientras en la tierra, la hambruna destroza literalmente el alma y el cuerpo de, también, millones de personas famélicas, con sus costillas sobresaliendo en sus cuerpos lacerados por las llagas que imploran un mendrugo de pan a los países insanamente derrochadores.
Observo cómo se han trastocado los valores que nos inculcaron - para nuestro bien o para nuestro mal. - Ahora todo está legítimamente permitido. ¡ Estamos en el siglo ¡¡ 21 ! !
Los periódicos, la televisión, destacan en letras mayúsculas y sobresalientes, lo negativo del hombre: asesinatos, robos, hurtos, violaciones, pedofilia, drogadicción y cuanta porquería hay. ¡.Es el pan de cada día y nosotros lo aceptamos y vivimos impotentes!
¿Qué puedo decir de la vida?
Aunque el hombre se cree hecho a semejanza de Dios, a diferencia de El, sigue cometiendo los mismos errores o, quizás, otros peores.
Hace años se advirtió sobre el calentamiento global. Se hizo ver el daño que se estaba produciendo a la tierra y de lo que posiblemente iba a ocurrir y que en verdad ya está ocurriendo. Pero había que seguir rompiendo la capa de ozono con spray, contaminación, con la tala indiscriminada de árboles. Todo ¿Para qué?... Para obtener más y más ganancias. Atacaron a la tierra y ésta se sintió herida, violentada y ultrajada. La Madre Naturaleza se aburrió de la estupidez e indeferencia humana y ha comenzado a remecerla provocando terremotos en todos los lugares del planeta, lluvias torrenciales e inmensas inundaciones con consecuencias catastróficas y grandes pérdidas de vidas humanas. Ha provocado heladas y nevazones nunca antes sentidas por el hombre o lo ha acosado con calores insoportables para la vida.
¿Alguien ha hecho algo? Solamente reuniones celebradas con excelentes almuerzos en elegantes salones y que no conducen a nada.
Quise cambiar el mundo a los 18 años y quisiera cambiarlo ahora a los 83. Agacho, humildemente, mi cabeza y tengo que aceptar la VIDA. Siempre será igual. El mal vencerá al bien, excepto en las películas rosas o en algunas mentes desequilibradas.

Ojala que yo, al cumplir los 100 años, pueda decir que, por fin, todo ha cambiado, que la felicidad y la justicia están en la tierra, que ya no hay más hambre y que todos gozan de una vida mejor. ¿Será posible?
¿O será la Madre Naturaleza quien deba poner el equilibrio razonable?

Por una milésima de segundo hubo un silencio, casi sepulcral en el aula, que fue interrumpido por el ruido que hicieron las sillas cuando los chicos, espontáneamente, se levantaron de sus asientos para, en un aplauso homogéneo, ovacionar a su querido profesor quien, sin él proponérselo, les había entregando más que sus vivencias, una lección de vida.






Texto agregado el 02-11-2016, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-11-2016 Lo pusiste tres veces, pero se me hizo ágil en la lectura, hace un tiempo pasé por una crisis existencial por la edad y bueno me reflejo un poco en este profesor, muchos saludos. Legnais
 
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