Cuando llego a la puerta de salida busco en uno de mis bolsillos la pequeña cajetilla para apresurar un cigarrillo, el tabaco se inflama en una fracción de segundos con la pira carmesí del encendedor, y el narcótico humo llena mis pulmones mientras camino en busca de un lugar donde sentarme y así aprovechar los minutos de descanso que me regala el mal hábito.
Hay poca gente en el centro comercial, así que dispondré de las sillas de madera que están cerca de la entrada principal, bajo la sombra del único árbol que adorna el ingreso al edificio departamental
Cuando estoy a unos metros del acceso te veo salir repentinamente. No estas sola, vas de la mano con tu nueva pareja, caminan distraídos y en silencio.
Nuestras miradas se encuentran de improviso y cada una de las palabras de amor que nunca nos dijimos regresan desde la más profunda penumbra de nuestro pasado. Tratas de sonreír pero no lo logras, el inesperado velo de lágrimas que deseas controlar te lo impide. Quisiera disfrazar la tormenta de tristezas que desconcierta mi corazón, pero el intento es en vano, la pena me quiebra.
El ríe mostrándote algo en una vidriera y tomando tu rostro con ambas manos besa tus labios. Mis rodillas se van a la mierda al verlos besándose.
Cuando te alejas miras hacia atrás susurrándome un triste adiós. Todas las sílaba de poesías de amores que solíamos compartir se marchan contigo.
No puedo pisar los restos de cigarrillo que yacen en el piso, mis piernas no me responden.